Consigna 2021 para los Miembros de la Obra de la Unidad
«Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin»
(Santa Teresa de Jesús)
Mis hermanos de la Obra, reciban un abrazo fraterno en este día en que la Iglesia celebra el Domingo de la Divina Misericordia. Hoy, su Santidad el Papa Francisco, a las 10h30, hora del Vaticano, celebró en la Iglesia Santo Spirito in Sassia la misa del Domingo de la Divina Misericordia, instituido hace 21 años por san Juan Pablo II. (1)
En su homilía del Domingo de la Divina Misericordia del año pasado, el Santo Padre dijo, entre otras grandes verdades, que la misericordia de Dios es “la mano que siempre nos levanta”, y reiteró que Dios no se cansa “de tendernos la mano para levantarnos de nuestras caídas”.
Tomando como base esencial sus palabras, quiero hacerles llegar esta carta, buscando poner en sus corazones la Consigna de este año, que se presenta incierto y lleno de dolor por la pandemia que padece la humanidad entera.
Como ya supimos, primeramente, en este año estamos llamados a acoger de corazón el pedido que nos ha hecho el Santo Padre. El Papa Francisco, el 8 de diciembre pasado, dedicó este 2021 a San José, Patrono de la Iglesia Universal, para que cada cristiano profundice en la devoción, en el amor y busque la intercesión del bendito padre adoptivo de Jesús. Nos ha pedido, además, que lo hagamos nuestro modelo y referente en todos nuestros roles y misiones. Si lo hacemos dócilmente, estemos seguros que San José nos abrirá el camino y podremos ir al mundo a predicar al Maestro del Amor y la Unidad.
Para todos nosotros los tiempos que vivimos son difíciles, porque hay mucho dolor y sufrimiento en medio nuestro y en el mundo. Si contemplamos a la humanidad la gran mayoría ha dejado de mirar a Dios, a lo sagrado, a lo trascendente; ahora lo malo se lo considera “bueno” y lo bueno ya no interesa; el hombre se ha aferrado a su orgullo, a su soberbia; hay una negación constante a la Madre de Dios, a su pureza. Además el hombre ha tocado lo que no debía tocar, la Creación. Por todo esto podemos asegurar que Dios ha permitido que la Tierra se purifique, y la razón de esta certeza es lo dicho por el Santo Padre “la misericordia de Dios es la mano que siempre nos levanta, Dios no se cansa de tendernos la mano para levantarnos de nuestras caídas”.
Por ello, confiados en que, a pesar del dolor y del pecado, la mano del Señor está actuando en el mundo, como hijos de la Iglesia Católica en la Obra del Amor y la Unidad, debemos experimentar y predicar LA ESPERANZA.
Para ayudarnos a entender mejor nuestra consigna, recordemos lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC):
La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa” (Hb 10,23). “El Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna” (Tt 3, 6-7). (CIC. #1817)
La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad. (CIC. #1818)
La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en “la esperanza que no falla” (Rm 5, 5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme, que penetra… “a donde entró por nosotros como precursor Jesús” (Hb 6, 19-20). Es también un arma que nos protege en el combate de la salvación: “Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación” (1 Ts 5, 8). Nos procura el gozo en la prueba misma: “Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación” (Rm 12, 12). Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear. (CIC. #1820)
Es claro e imperioso, entonces, que debemos fortalecer esta virtud que en el Bautismo recibimos y que tan claramente la explica el Catecismo. Vivamos la Esperanza y prediquémosla con nuestra actitud confiada en este tiempo nuevo, porque ¿qué sería del mundo, de este mundo sufrido, víctima de sus propias culpas, si no tuviera esperanza? El amor de Dios se manifiesta permanentemente aun en momentos de purificación, aun en momentos de prueba y de dolor.
El que tiene Esperanza tiene confianza. El que confía vive en la fe profunda y aquel que vive en la fe profunda cree que es el Reino de Dios el que viene a los hombres, que busca una nueva raza de hombres fieles a aquel Dios Creador y Redentor.
El Señor renueva en nosotros la Esperanza que se nos ha dado en el bautismo, y nos la nombra como Consigna de este año para que la ejercitemos, para que en estos tiempos de dificultad, de sufrimiento, prediquemos que el Reino de Dios está cerca y que el triunfo del Corazón Inmaculado de María se viene, luego de que pase la humanidad por estos tiempos difíciles.
Tengamos en cuenta también que el Don de la Esperanza que nos viene del Corazón de Dios, es la misma Stma. Virgen María. ¡Quién más que Ella, que a pesar de que vio a su Hijo en la Cruz, que a pesar de que sintió que sus entrañas se partían ante la muerte de su Hijo de esa manera tan espantosa, en su “Hágase” esperó solamente en el Padre y en Su Voluntad, para que pudiera luego venir una humanidad que reconozca a su Hijo!
Buscando que en este escrito también encontremos la forma de cómo vivir nuestra Consigna, pero a la manera de nuestra Espiritualidad, he visto indispensable incluir la “Gotita de Rocío para el alma de la Unidad” del 22 de enero, en la que la Violeta de Jesús nos dice:
Cuántas veces la Gracia que se nos da en abundancia, es limitada por nuestra inseguridad y dudas. Cuántas otras nos volvemos un obstáculo, por no tomar con fe lo que Dios ha previsto para nosotros. ¡Ay! Si no interfiriera tanto nuestra propia y frágil humanidad, cuánto sufrimiento evitaríamos y fácilmente tomaríamos el camino directo hacia las bendiciones creadas por Dios, para nosotros.
Dios le dijo a Josué: “Os doy todo lugar que sea hollado por la planta de vuestros pies, según declaré a Moisés” (Jos 1,3). Es decir, Dios guarda promesas para sus hijos siempre. Y luego dice: “¿No te he mandado que seas valiente y firme? No tengas miedo ni te acobardes, porque Yahveh tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Jos 1,9).
Dios nos impulsa a no flaquear en la fe, haciendo que cada una de nuestras decisiones estén impregnadas de valentía y coraje, para realizarlas con seguridad y firmeza, entonces sus promesas y gracias suspendidas sobre nosotros se hacen carne y vida.
¡Cuánto consigue en nosotros la fe que no vacila, ni permite ningún pensamiento negativo o no da paso al desánimo, sino que firme y segura se mantiene en la lucha, cuantas veces sea necesario y siempre empujada por un impulso nuevo para perseverar!
Esto da un fruto. El resultado palpable de aquellos cambios tan esperados en nuestra vida, que parten de nuestro ser mismo. Si no decae la voluntad en las decisiones tomadas, ni en las metas propuestas en la Divina Voluntad para nuestras vidas, las recompensas del cielo estarán ahí, para nosotros, siempre. Porque no puede resistirse Dios a la fidelidad de una fe viva, que se fortalece en el empuje de la voluntad entregada y que se vuelve invencible cuando es el Amor mismo el que la sustenta. Y, muchas veces, aquel Amor tiene para nosotros uno o varios rostros, en los cuales vemos a Jesús.
Por esto, ánimo, valentía y firmeza, porque no hay nada más eficaz que confiar en Dios, poniendo en Él nuestra Esperanza por días mejores, caracterizados por su paz y su cálida presencia permanente en nosotros.
Bendita Consigna que nos ha dado en este tiempo el Señor: teniendo a San José como a nuestro poderoso intercesor, la Esperanza tiene que ser en nosotros una demostración de cuánto amamos a Dios, de cuánto esperamos en Él y de cuánto podemos conseguir a través de la oración. Invoquemos también frecuentemente a María para que Ella gobierne nuestras vidas. Esperemos en Dios, que a pesar de todo lo que este mundo vive y aun parece que vivirá, la Esperanza nos mantendrá de pie y ciertos de que triunfará el Inmaculado Corazón de su Madre.
Vivamos en este año lo que se nos da como regalo del Espíritu Santo, que entre nosotros está y que vive del Amor y en la Unidad: la Esperanza. Estemos seguros de que nuestra Madre y Reina de la Unidad nos bendice y nos ama mucho. Ella está con nosotros. Ella, siendo fiel, trabajará en nosotros para que se cumplan las palabras de su bendito Hijo, como es su querer, el querer de Dios.
Que nuestro padre San José y nuestra Madre y Reina de la Unidad, nos lleven de su mano en este año, para que siendo fieles al camino recorrido tantos años ya, seamos portadores y difusores de la Esperanza Cristiana en nuestros pequeños mundos y en donde el Señor nos ponga.
Su hermano en el Maestro, Jesús del Amor y la Unidad y en nuestra Madre y Reina de la Unidad,
Juan Arturo Crespo V.
Presidente OMMRU
1. Este Santuario, en el que se la venera a santa Faustina Kowalska y que tiene una bella y especial capilla dedicada a san Juan Pablo II, está a unos pocos pasos del Vaticano. En el 2018, en este lugar bendito se nos concedió como Obra el privilegio de que el 22 de octubre, día en que se venera especialmente a san Juan Pablo II, nuestro Padre Milton celebre la misa, antes de ser recibidos para tratar temas de la Obra, por Mons. Emery Kabongo, quien fuera secretario personal del amado Papa Juan Pablo II. Esta Gracia se nos dio sin que ninguno de la misión se percate que estábamos en el día que se celebraba a nuestro santo Protector de las Familias en la Obra de la Unidad.