Quito, 11 de Febrero del 2019
Queridos hermanos miembros de la Obra de la Unidad, que la paz de Dios more en todos los corazones:
Procurando ser fieles a las mociones del Espíritu Santo, cada año nos hemos propuesto vivir de una manera más intensa algunos de los misterios del Señor, de la Iglesia, o alguna virtud en particular. Con este método hemos vivido la Unidad en el crecimiento de la caridad, de la santidad, tratando de acercarnos a la cima de las bienaventuranzas. En el año que hemos terminado nos habíamos propuesto caminar a la luz del Espíritu Santo en el Servicio.
Este año que ha comenzado quiero invitarles, en el nombre del Señor, a que sigamos batallando con nosotros mismos. Y para que podamos hacerlo con sabiduría vamos a pedir a la Madre de nuestro Jesús, a la Madre de Dios, que nos enseñe en su Hágase total, a hacer como Ella lo hizo: unidad con el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Este año, a través de María, tenemos que hacer Unidad total. Este es el año de la Unidad a través del Hágase de María.
Reflexionemos un poquito y para eso dejémonos iluminar por las palabras de nuestro Papa Francisco:
“Contemplamos a la que conoció y amó a Jesús como ninguna otra criatura. El Evangelio que hemos escuchado muestra la actitud fundamental con la que María expresó su amor a Jesús: hacer la voluntad de Dios. «Quien hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre» (Mt 12,50). Con estas palabras Jesús deja un mensaje importante: la voluntad de Dios es la ley suprema que establece la verdadera pertenencia a Él. Por eso, María instaura un vínculo de parentesco con Jesús aún antes de darlo a luz: se convierte en discípula y madre de su Hijo en el momento en que acoge las palabras del Ángel y dice: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Ese “hágase” no es solo aceptación, sino también apertura confiada al futuro. ¡Ese “hágase” es esperanza! María es la madre de la esperanza, la imagen más expresiva de la esperanza cristiana. Toda su vida es un conjunto de actos de esperanza, comenzando por el “SI” en el momento de la Anunciación. María no sabía cómo sería ser madre, pero se fía totalmente del misterio que se iba a cumplir, y se convierte en la mujer de la espera y de la esperanza.” (Papa Francisco, 21 de noviembre de 2013).
Cuando pensamos en el “Sí” de María a la propuesta de Dios, lo podemos imaginar en un ambiente casi “romántico”, y olvidar que con ese “Sí” toda su vida quedó comprometida. La respuesta que Ella dio no era algo espontáneo o “lógico”. María dirá que sí, más por confianza y fe, que por conocimiento. Ella apenas podía entender lo que le había sido explicado… y, sin embargo, dice que “Sí”. Además, la fe de María será puesta a prueba cada día. Ella quedará encinta. No sabe bien cómo, pero lo cierto es que su corazón está inundado por una luz especial. Aunque su amado José dude, ella vive inmersa en el misterio sin pedir pruebas, vive unida al misterio más radical que existe: Dios. Él sabrá encontrar las soluciones a todos los problemas, pero hacía falta fe, hacía falta abandono total a su voluntad.
María se dejó guiar por la fe. Ésta la llevó a creer a pesar de que parecía imposible lo anunciado. El Misterio se encarnó en ella de la manera más radical que se podía imaginar.
Sin certezas humanas, Ella supo acoger confiadamente la palabra de Dios. María también supo esperar, ¿cómo vivió María aquellos meses, y las últimas semanas en la espera de su Hijo? Sólo por medio de la oración y de la unión con Dios podemos hacernos una pálida idea de lo que ella vivió en su interior. También María vivió con intensidad ese acontecimiento que transformó toda su existencia de manera radical. Ella dijo “Sí” y engendró físicamente al Hijo de Dios, al que ya había concebido desde la fe.
Hay que pedir a nuestra Madre que nos ayude a tener sus mismas actitudes para acoger con plena disponibilidad el misterio de Dios en nuestras vidas.
Por eso hemos querido hacer una lista para pedirle a nuestra Madre que nos ayude a tener sus mismas actitudes para acoger con plena disponibilidad el misterio de Dios en nuestra vida y ser capaces de amar como Ella lo hizo.
Silencio interior:
María se sobrecoge ante la visita del ángel, pero puede recibir y comprender el mensaje que él le comunica por el profundo silencio que llena su interior. Ella está acostumbrada a meditar las palabras del Señor, está acostumbrada al lenguaje Divino y lo capta con profundo recogimiento. Aprendamos de María a tener ese silencio interior que nos permita estar en sintonía con El Señor aún en medio de nuestras actividades cotidianas.
Escucha atenta:
María escucha reverentemente al ángel. No está pensando en ella misma, ni en lo que tiene que hacer, ni en qué cosas va a tener que dejar para ser la Madre de Jesús. Ella se dispone, escucha, se deja tocar por las palabras y las medita en su corazón. Aprendamos de María a escuchar a Dios en el silencio y en medio de las circunstancias concretas de nuestra vida, y pidámosle que nos ayude a mantener nuestro corazón abierto a su palabra.
Acogida generosa:
María después de escuchar acoge. Las palabras dan fruto en su interior, no pasan como el viento, sino que se quedan y echan raíces en su corazón. Aprendamos de María a vivir una acogida humilde del Plan de Dios en nuestra vida. Que ella nos enseñe a aceptar con amor los designios Divinos y a no querer otra para nuestra vida.
Búsqueda:
Esta actitud es la que lleva a María a preguntarse sobre el sentido profundo de las palabras del Mensajero de Dios en el momento de la Anunciación: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?”. Y su pregunta no es fruto de la duda, sino fruto de un anhelo de mayor luz para poder descubrir la profundidad de su misión. En ella está el deseo de responder con mayor fidelidad y generosidad. Aprendamos de María a tener un corazón inquieto que no descanse hasta dar gloria a Dios con nuestra vida.
Disponibilidad al Plan de Dios:
María se muestra totalmente disponible para hacer lo que Dios le pide. Esta actitud es la de un corazón que se ha educado en decir sí en cada cosa pequeña, un corazón que se ha educado en pensar primero en los demás que en sí mismo. Aprendamos de María a tener esa apertura, esa generosidad sin medida que se entrega por completo y por amor a Dios y a los demás.
Confianza en Dios y en sus promesas:
María ha meditado desde pequeña las promesas hechas por Dios al pueblo de Israel. Ella las conoce y sabe que Él siempre ha sido fiel a pesar de la debilidad del pueblo. Su confianza no es ciega, está basada en las acciones de Dios. Ella ha dejado que Él sea el centro de su vida, se ha abierto a su amor. En ella están representados los anhelos y las luchas de un pueblo que aunque frágil ha creído en Dios. Aprendamos de María a confiar en que Dios siempre cumple sus promesas y que con nosotros no va a hacer una excepción porque Él es infinitamente bueno y fiel.
Valentía:
María no se achica frente a la misión excepcionalmente grande que le anuncia el ángel. Tiene miedo sí, pero se lanza con valentía a cumplir el Plan de Dios. Aunque sea una niña, ella confía profundamente en la gracia de Dios que agiganta sus pequeños esfuerzos y es capaz de reconocer el valor de su sí, el valor que Dios le da a la entrega libre de nuestra humanidad. Aprendamos de María a confiar en que Dios puede hacer cosas grandes con nuestra pequeñez cuando se la entregamos totalmente.
Que nuestra Madre y Reina de la Unidad, hoy, en que se la nombra como Nuestra Señora de Lourdes, traiga para sus hijos de la Obra de la Unidad, desde su Inmaculado Corazón, todas las gracias y bendiciones, para que alcancemos la unidad interior que el Señor quiere al cumplirse 25 años de su Obra en medio de su Iglesia.
Que Dios nos bendiga,