PENSEMOS EN MARÍA: EN EL NACIMIENTO DE JESÚS
Hoy meditamos este capítulo tan importante en la vida de María como lo es el Nacimiento de Jesús.
Si nos ponemos a pensar, María, tuvo que vivir una carencia extrema, reflejo de la pobreza de espíritu que vivía. Tal vez esa misma carencia, el no tener nada que darle a Jesús, excepto su corazón, su amor, su ternura, fue lo que potencializó mucho más en ella todo el amor que ya tenía.
Mientras la mayoría de nosotros nos quejamos cuando no tenemos vivienda, ella aprendió esa noche, cuando no tenía una cama donde recostarse, que más importante que una vivienda es «ser hogar » para los demás. Cuando nosotros nos quejamos de que no tenemos dinero, María aprendió en esa ocasión, en la total pobreza material, que cuando existe carencia de dinero puede relucir mucho más la actitud de amor. Cuando María no tenía ningún tipo de seguridad física, aprendió que cuando el mundo se vuelve frío podemos proteger a nuestros seres queridos con firmeza y ternura de manera que nosotros mismos seamos los muros de protección.
En María, el día del nacimiento de Jesús, se vivieron las bienaventuranzas en plenitud:
¿Cómo puede ser una persona feliz si es pobre en su espíritu? ¿Cómo podría ser dichosa una mujer si está siendo perseguida (por Herodes)? ¿Cómo llega a sentir gozo un alma si su corazón llora (porque no tiene un lugar digno donde nazca su hijo)?
La verdad, pensar en María, en la noche del nacimiento de Jesús, es especial y conmovedor, y considerar que en una mujer se cumplieron todas las bienaventuranzas, llena el corazón de alegría y gratitud con Dios.
Consecuencia de las vivencias de María, de las cuales nunca se quejó, sino que con amor aceptó, Dios obtuvo de ella los frutos más hermosos en su corazón, y que se aplican como enseñanzas de maternidad y paternidad para todos nosotros.
Les comparto algunos de estos criterios, dado por el Papa Francisco:
– María es madre y una madre se preocupa sobre todo por la salud de sus hijos, sabe cuidarla siempre con amor grande y tierno.
– Es una mamá: ayuda a los hijos a crecer y quiere que crezcan bien, por ello los educa a no ceder a la pereza -que también se deriva de un cierto bienestar – a no conformarse con una vida cómoda que se contenta sólo con tener algunas cosas.
– Es la mamá: cuida a los hijos para que crezcan más y más, crezcan fuertes, capaces de asumir responsabilidades, de asumir compromisos en la vida, de tender hacia grandes ideales.
– Es una mamá, además que piensa en la salud de sus hijos, educándolos también a afrontar las dificultades de la vida. No se educa, no se cuida la salud evitando los problemas, como si la vida fuera una autopista sin obstáculos. La mamá ayuda a los hijos a mirar con realismo los problemas de la vida y a no perderse en ellos, sino a afrontarlos con valentía, a no ser débiles, y saberlos superar, en un sano equilibrio que una madre “siente” entre las áreas de seguridad y las zonas de riesgo. Y esto una madre sabe hacerlo.
– Es una madre que lleva al hijo no siempre sobre el camino “seguro”, porque de esta manera no puede crecer. Pero tampoco solamente sobre el riesgo, porque es peligroso. Una madre sabe equilibrar estas cosas. Una vida sin retos no existe y un chico o una chica que no sepa afrontarlos poniéndose en juego ¡no tiene columna vertebral!
Padre Milton Danilo Paredes
Superior de la Fraternidad Sacerdotal del
“Santo Sacrificio y María, Madre y Reina de la Unidad”
Preguntémonos:
- ¿Si somos padres o madres a nuestro estilo o al estilo de María, si sabemos encaminar a quienes amamos no hacía un amor humano que busca el engreimiento sino al amor de Dios que mira profundamente buscando la voluntad de Dios en cada circunstancia.?
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