Quito, 10 de mayo de 2020
Amados hermanos, miembros de la Obra de la Unidad:
Los saludo con un cálido y afectuoso abrazo, lleno de los mejores deseos para cada uno de ustedes y sus familias, en este día tan especial que se festeja a la Madre. En este día en que celebramos a la Mujer en su esencial cualidad: su ternura, entrega y amor incondicional; y que por gracia y en unidad con el Creador, la hacen Madre, corazón del hogar, bendición para la Humanidad.
Estamos en el mes de nuestra Madre María, mes de gracia y bendición abundantes. Siempre es un deleite para el alma contemplar y reflexionar en torno a la Stma. Virgen María, y en este mes particularmente mirarla desde la perspectiva de la Consigna de este año.
En el año que concluyó, nos dispusimos a vivir nuestras circunstancias cotidianas a través del “Fiat” del Corazón de María. Ahora, el Señor nos da la gracia y nos lleva a encarnar, a hacer vida la oración del Padre Nuestro, consiguiendo, a través de nuestras actitudes y actos concretos, que el Reino de Dios habite en nosotros y entre nosotros.
Bendita sea Ella, la Llena de Gracia, que con su amor maternal y pureza incomparables, nos mostró el camino para adelantar el Reino de Dios en nuestra vida diaria. Ella, viviendo solo para Dios en su humildad perfecta, logró con sus súplicas adelantar los tiempos del Mesías esperado. Su corazón y su ser entero anhelaba ser solamente sierva de la Madre del Mesías y que venga el Reino de la paz y del amor al mundo. Entonces, Dios no se resistió a su pedido y el Verbo Divino se hizo Carne y el Cielo floreció dentro de su ser Inmaculado.
Aunque pocos lo recibieron y reconocieron verdaderamente, el Señor se entregó por entero a todos. En especial a quienes, como María, amaban a Dios por sobre todas las cosas. En consecuencia, estos mismos confiaban en que todo lo que sucedía estaba siempre bajo su divino cuidado y protección.
El Sí permanente que vivía María era posible porque su corazón amaba y confiaba plenamente en Dios. En Ella no había lugar para la duda o el miedo. María se depositó totalmente en las Manos del Señor. Ella tenía la certeza que Él actuaría siempre desde su esencia misma, el Amor; porque Dios es Amor.
Esta actitud de María nos propusimos lograr en la consiga del año pasado. Tal vez unos más y otros menos, pero fue tiempo de gracia para adquirir esa manera de ser ante el actuar de Dios, para lograr ese encuentro personal e íntimo con Él.
Jesús actúa a medida que se lo permitamos en cada circunstancia nuestra. Fue el tiempo de aprender a confiar y a abandonarnos de verdad en su amor. Fue el tiempo de aprender a aceptar y a asumir la voluntad de Dios en nuestra vida como lo mejor, aunque no entendamos, aunque no nos guste, aunque no nos parezca.
Ahora la Santísima Virgen María nos enseña a cosechar y a vivir de aquello que fue sembrado: aquella unidad con Dios que nos hace portadores de su amor.
El Señor no busca que seamos perfectos. Él busca que, más allá de nuestras pequeñeces, imperfecciones, caídas y fragilidades, seamos perfectos en nuestros actos de amor. Es ahí donde somos verdaderos canales de la Gracia para nuestras familias y para los que nos rodean. Más aún en estos tiempos de prueba y purificación, cuando la necesidad de los corazones de ser amados es muy grande.
María es la Mujer grata y generosa por naturaleza. Nadie como Ella para ser agradecida con Dios por la vida y la infinita gracia de haber sido La Escogida para ser la Madre de nuestro Salvador. Nadie como Ella nos muestra su profunda gratitud con Dios por toda su existencia, más allá de haber vivido desde la Concepción de su Hijo Bendito todo tipo de pruebas y circunstancias humanas, hasta el momento mismo de la Cruz, en el que el dolor supremo la envolvió haciéndola la Madre de Dolores y Corredentora en su Hijo del género humano.
Nadie como Ella para transmitirnos la necesidad de anhelar los tesoros que Dios tiene para nosotros para que podamos recibirlos; es así, a ejemplo de María, cómo cada uno es llamado a hacer conciencia de todo aquello que Dios viene haciendo en su vida, dándonos una actitud permanente y humilde de gratitud. Es por su amor misericordioso que todo lo bueno nos ha llegado, salido de su Corazón, a través de las manos de María.
Al momento de hacer conciencia de todo lo que se ha recibido de parte de Dios, el alma, casi naturalmente, debería salir al encuentro del hermano como un acto de reciprocidad de amor. En nosotros debería estar decidir compartir este amor, decidir anunciar la Buena Nueva, para que otros también puedan descubrir el Reino de Dios en esta tierra. María tenía este corazón grato con Dios. No quiso quedarse con el amor y el gozo de Dios en su corazón, sino que anhelaba que Dios liberara a toda la humanidad.
Por todo eso, cada uno preguntémonos ¿Qué actitud tengo frente a mi vida? ¿Estoy agradecido por lo que vivo y se me ha dado? O ¿me es más fácil optar por ver lo negativo, sufrir por lo que me falta, por lo que no tengo, por cómo soy y mis propios errores? ¿Vivo quejándome de cómo es mi familia, en lugar de agradecer que la tengo? ¿Puedo ser grato por las inmensas bendiciones y riquezas que Dios, en su infinita misericordia, me ha dado dentro de su Obra? ¡Qué importante es reflexionar profundamente sobre lo que Jesús, a través de esta bendita Obra, ha hecho en mí y por mí!
El Señor, en estos tiempos, visita cada hogar para renovarnos. Hoy en día, no importa si las puertas y las ventanas de las casas están cerradas, la Gracia de Dios igual llega, entra y quiere habitar en medio de esta realidad. Este es el tiempo, más que nunca, a pesar del encierro, de ser activos en la espiritualidad del Amor y la Unidad.
Ahora, sin el abrazo y el contacto físico debemos llegar a ser capaces de transmitir a un Cristo vivo. Las comunicaciones permiten que el Espíritu se transmita al mundo entero. Es ese Espíritu el que debemos cuidarlo, atesorarlo y, sobre todo, vivirlo, primero en nuestra familia, aun en la mortificación personal diaria. Así y solamente así, se notará que Jesús ha resucitado en nuestros hogares. Es un proceso diario, pero ante nuestra respuesta fiel, el Señor traerá bendiciones y gozo a todos.
El padre Patrick Peyton, conocido en todo el mundo como «el sacerdote del Rosario» dijo la frase: “La familia que reza unida permanece unida”. En estos tiempos críticos, quiero recordar la fuerza de la oración que Dios ha concedido a su Obra. Sigamos rogando a nuestra Madre del Cielo, en su mes, para que consiga los milagros que la humanidad necesita. Los milagros de la conversión, del arrepentimiento verdadero, del amor por la verdad, de la voluntad férrea para no volver a pecar.
Nos uniremos en amor y obediencia a las intenciones de nuestro Santo Padre. Nos pide que recemos el Santo Rosario durante este tiempo. Por ello, traigo a la memoria, nuevamente, sus palabras en la carta del pasado 25 de abril.
“…En este mes, es tradición rezar el Rosario en casa, con la familia. Las restricciones de la pandemia nos han “obligado” a valorizar esta dimensión doméstica, también desde un punto de vista espiritual.
Por eso, he pensado proponerles a todos que redescubramos la belleza de rezar el Rosario en casa durante el mes de mayo. Ustedes pueden elegir, según la situación, rezarlo juntos o de manera personal, apreciando lo bueno de ambas posibilidades. Pero, en cualquier caso, hay un secreto para hacerlo: la sencillez…”
Mis hermanos queridos, no dejemos que este tiempo pase sin que haya en nosotros el espíritu de lucha y de cambio interior verdadero. Jesús y María van a la cabeza, como un solo Corazón, y nosotros estamos llamados a ser un ejército de fieles a nuestra espiritualidad, que aman y que buscan solo la Gloria de Dios, dándola a conocer al mundo que está en medio del dolor y el miedo.
No nos dejemos consumir por nuestras propias realidades. No nos dejemos vencer por la preocupación, el miedo, la angustia, el pesimismo. El buen Dios se encarga de lo nuestro a medida que somos fieles y hacemos su voluntad.
Recemos el Santo Rosario con todo el amor y toda la fe, en familia, en comunidad, o individualmente. Seamos obedientes a Dios que nos habla a través de su Predilecto SS. Francisco. No dejemos de orar junto con nuestros sacerdotes, quienes nos sostienen cada día llevando luz a cada hogar.
Los animo a no desfallecer. Al contrario, ¡seamos la muestra de que Jesús Resucitó, que está Vivo y actúa entre nosotros!
Me despido con un afectuoso abrazo, en especial a todas las hermanas queridas, miembros de nuestra Obra, que gozan de la bendición de ser Mamitas: que la presencia de Mamita Virgen especialmente en este día sea para ustedes premio, descanso y renovación integral, para que sigan siendo la presencia misma de Ella y de Dios en medio de sus hogares, y que en sus esfuerzos diarios, especialmente en esta época de cuarentena, sea para ustedes y los suyos bendición abundante que conceda la conversión, paz y armonía en sus familias y fortaleza en medio de las circunstancias que nos toca vivir en adelante.
¡Venga a Nosotros tu Reino!
Juan Arturo Crespo V.
Presidente OMMRU