Queridos hermanos,
Hoy en esta fiesta grande del Sagrado Corazón de Jesús, en otros tiempos, recién el año pasado, como Obra de la Unidad teníamos nuestra peregrinación anual, de hecho, muchos estaríamos preparándonos, bueno, los últimos años ya fueron más de madrugada que de noche, pero siempre ha sido un sacrificio y era un sacrificio desde la manera que hay que entender el sacrificio.
La palabra sacrificio a veces en nosotros tiene una connotación negativa, es decir, cuando escuchamos: ¡tienes que sacrificarte!, ¡hay que sacrificarse!, ¡hay que ofrecer!, nos viene como un peso, es como, sólo de escucharlo ya nos predispone que va a ser duro, que va a ser difícil, que va a ser complicado. ¡Y claro!, el problema es que lo es, porque falta amor.
Jesús antes de ir a la cruz en el Getsemaní, claro que tuvo miedo, tuvo tristeza, de hecho, oró para que el cáliz que iba a beber pase de Él, pero que no se haga Su voluntad sino la del Padre. Y aunque tenía todas estas sensaciones humanas, que nos pueden venir a veces, Él amaba al Padre, y nos amaba a nosotros, porque ahí nos redimió a todos, a cada uno, y ese amor es el que le hace dar ese salto y ese gran sacrificio, el más grande sacrificio de amor, ¡el único sacrificio podría decirse!, porque todo lo demás que nosotros podamos ofrecer en esta vida, está unido a ese sacrificio, en ese sacrificio de Cristo en la cruz ¡tiene valor!
Claro que fue doloroso, y claro, que la pasión del Señor es algo que debe conmovernos, pero había amor, esencialmente amor. El Señor no lo hizo como un simple deber o como una carga ¡no!, había amor, le iba a costar, sí; pero había amor en Él, por eso lo pudo hacer.
También por eso María pudo estar al lado suyo, hasta el final, porque María también amaba con todo su ser a Dios, con todo su ser a Jesús, que era su Hijo y que era Dios, y con todo su ser lo que Dios amaba, que somos nosotros también.
Entonces, la palabra sacrificio, no puede ir significando un peso, porque ahí es que la vida agobia como dice el Señor, y dice: «Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré», el Señor quiere aliviar el corazón y en la primera lectura del Deuteronomio, que además hay que entender por ejemplo que el Deuteronomio, es la segunda ley; es decir, en el Deuteronomio hay muchas leyes, de las que justamente les reclama Jesús a los fariseos, que se concentran en esas leyes, porque ellos se olvidan de lo esencial como estas frases que el Señor dice aquí -perdón no era en el- qué dice por ejemplo: «Ustedes son un pueblo santo, ustedes son mi propiedad, el Señor se enamoró de ustedes y los eligió»; esa frase está en el libro de la ley de los judíos y de eso se estaban olvidando.
En este tiempo que nos preparábamos, el Padre Milton nos hablaba de la memoria y que tenían que repetirse las palabras del Antiguo Testamento para acordarse, y el problema no era que se olvidaran, sino que ponían énfasis en las cosas más secundarias, importantes, pero secundarias y se olvidaban de estas frases como la que dice aquí: «El Señor se enamoró de ustedes y los eligió», no por ser más numerosos, sino porque son el más pequeño, y por puro amor de Él “por puro amor vuestro, por mantener el juramento que he hecho a sus padres, los sacó de Egipto”.
Es decir, el Señor es fiel a sus promesas, y pone de manifiesto que el pueblo judío era el más pequeño, el Señor siempre va a estar viendo al más pequeño en este sentido que a veces lo poderoso del mundo, tuerce lo de Dios.
El Señor quiere que nos sintamos pequeños, no porque no valgamos, sino porque en realidad eso es lo somos, ¡ante Dios somos pequeños!, ante el amor de Dios, nuestro amor es pequeño, por más grande por humanamente que sea, pero eso no nos debe apabullar o decepcionar, más bien nos debe alentar, porque todo un Dios me ha elegido y me ama, se ha enamorado de mi alma, debemos sentir eso.
En el salmo nos dice: «Él Perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades, Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura», este versículo como muchos realmente es hermoso, el Señor está para perdonar, para lavarnos, para sanarnos, ¡el Corazón de Jesús es eso!, pero el problema es que nuestra torpeza humana, hace que eso no llegue a nosotros, como quiere que el Señor llegué.
Hoy estamos en una situación donde hay mucha gente que anhela volver a lo que hacía antes de todo este tiempo de encierro, hay gente que realmente no le ha importado la pandemia, ni las restricciones y ha seguido en su vida como si nada en algunas partes, y uno ante la realidad que vivimos, dice: ¡qué oportunidad tan maravillosa!, de reencontrarnos con la vida sencilla, ahora todos la mayoría estamos en nuestras casas, haciendo tareas de hogar, algo que a veces no hacíamos de hecho, ya hemos hablado de esto; pero, en esa sencillez de vida, Dios nos está moldeando el corazón, si nos dejamos moldear, Dios nos está queriendo llenar de gracias, si dejamos que esas gracias nos lleguen.
Dios está actuando en el mundo, aunque no pareciera, porque Él actúa en lo sencillo, en lo cotidiano, en las renuncias de amor diarias, en esos sacrificios diarios, pequeños, de tal vez levantarme más temprano, de hacer tareas que no estaba acostumbrado, de realmente empeñarme en aprender algo por los de mi casa, de ser más paciente, de compartir mis cosas, incluso a veces hogares en los que hay escasez, todas estas realidades que parecen humanas, en realidad nos están llamando a ser más sencillos y a ver a Dios en lo sencillo, porque a veces creemos que hacer sacrificios es hacer algo grande, hacer una donación grandísima, hacer una obra social extraordinaria que se note ¡no!
En la sencillez de nuestras vidas ordinarias e incluso ahora encerradas, nuestras vidas de casa, de hogar, el Señor nos puede estar mostrando más de Sí, que en otras épocas de nuestra vida. Si estamos atentos, el Señor nos puede mostrar todo eso que estábamos buscando en Él y que no encontrábamos porque simplemente había mucho ruido, había mucho yo.
Hay cosas de nuestra razón, de nuestra lógica humana que no dejaban que la sencillez del amor de Dios penetre en nuestro ser.
Cuando hay palabras como: sacrificio, renuncia, cruz, dar la vida por el otro, nos suena a algo que parece una montaña, y puede ser que sea una montaña; y el problema no es que sea una montaña, sino que, no hay amor para trepar esa montaña. El problema no es qué tan grande o pequeña es la prueba, qué tan grande o pequeña es mi cruz, el problema es la falta de amor, porque puede ser una cruz muy pequeñita –aparentemente- pero incluso esa cruz pequeñita cuesta porque no hay amor.
Por eso, la segunda carta nos habla del amor, Dios es amor, y el que no ama no conoce a Dios. Lo dice claramente el apóstol. O sea, si no amamos, si realmente no sacamos el corazón, lo mostramos como Jesús, si no nos damos de verdad sin esperar nada, no podemos ir conociendo lo que es Dios, porque Dios es amor.
Por eso, muchas veces la gente dice ¿y cómo hago? ¿Cómo hago para esto y para lo otro? La respuesta suele ser bastante sencilla ¡ama! Y claro, el problema que nos causa cortocircuito cuando nos dicen eso, es que no estamos acostumbrados a amar, ni siquiera a nosotros mismos, porque ni siquiera es amor propio lo que nos mueve, sino egoísmo y ego propio que no es lo mismo.
No es lo mismo el amor por nosotros, en Dios, que el egoísmo que también a nosotros suele ser una carga insoportable. A veces, somos tan exigentes y duros con nosotros, que a veces vienen personas:
– “Padre, me quiero confesar de esto.
– ya me confesé hace cinco, diez, quince años”
– Pero le digo: “cree que el Señor ya te perdonó, o sea, tú también perdónate” Y hay gente que no se perdona.
Dios ya lo ha perdonado, ha dado su vida por él o por ella, pero la persona no. Esa es la tozudez humana, nos falta fe incluso, porque cuando el sacerdote dice: “yo te absuelvo de tus pecados” por la gracia del Señor obviamente ¡es así! Si yo estoy arrepentido, los pecados te son perdonados, lo dice el Señor: “Yo te perdono tus culpas, Yo te sano el corazón” pero, también necesitamos creer.
En cosas tan sencillas del día a día, como tener un pecado -ni siquiera recurrente- sino un pecado que es viejo y tal vez me dolió mucho, pero sigue ahí, y no es que me ayuda a ser mejor persona, sino que está como estorbo, como un yugo que el Señor no quiere. ¡Claro! que no amo porque estoy pensando en eso y no en darme más, me estorba esa condición, en vez de darme al otro. Entonces, en vez de salir y amar, me quedo con esa culpa vieja y le estorbo al Señor porque no puedo recibir de Él, todo lo que Él quiere darme, y me pongo a cargar cosas que Él no me ha pedido que cargue.
Pero el Señor nos respeta y nos ama libres; entonces bueno, si quieres seguir cargando ese leño que hace rato debiste tirarlo, pues bueno, algún día espero Él nos acoja y nos habla, y siempre está para animarnos y para que soltemos, porque Él no quiere que carguemos ciertas cosas. Pero nos cuesta soltar, porque para nosotros en nuestra lógica humana no es posible soltar. Por eso cuesta, no es que el amor y la vida en Dios sea una cosa difícil en sí, es difícil, porque nuestra humanidad nos estorba mucho, nos pone cargas que Él no quiere, nos pone ataduras que Él quiere liberar -el Señor.
Por eso, nos dice la palabra y toda la palabra de hoy habla de eso, del amor tierno y acogedor del Señor. ¡Claro! que nos va a probar ¡Claro! que Él nos quiere purificar. Pero eso hay dos maneras de hacerlo: a su manera, dejándome llevar por Él mansamente y humildemente, aunque no me guste, aunque no entienda, aunque sea fuera de toda mi lógica. Pero, esa manera mansa y humilde, es la que de verdad me va llevando a la felicidad y al alivio del corazón. O, a mi manera humana donde sufriré más, donde cargaré más, donde no entenderé muchas cosas porque no están en la voluntad de Dios, dónde me agobiare.
Yo decido, de qué manera quiero afrontar y la del Señor siempre va a ser llevadera y ligera, pensemos lo que pensemos, nos parezca lo que nos parezca, la manera del Señor es la más ligera, la más llevadera, la más liviana y la que me da verdadera felicidad. Las cargas al Señor nunca nos van a aplastar, las nuestras sí, y las que nosotros pongamos sobre otros también ¡cuidémonos! no pongamos más cargas en los demás.
Así que mis hermanos pidámosle al Señor llevar las cosas como Él quiere, no a nuestra manera, porque siempre va a ser la más difícil. La del Señor es la más sencilla, es la más fácil, es la que de verdad nos llena el corazón, aunque al principio sea duro porque, claro que tenemos que romper con nuestra humanidad, pero al final, es la que nos llena de gozo, de ternura y verdadero amor por Dios y por los demás. Eso es un corazón semejante al Corazón de Jesús, que sea capaz, de llevar, así como la llevó Jesús, como la llevó María y como la llevaron todos aquellos que supieron entender un poco el Corazón de Jesús, los santos.
Pidámosle esta gracia al Señor hoy, que, como país consagrado, sepamos llevar lo que nos pone el día a día como personas, con familias, como Obra, como país, como mundo; a la manera de Dios, que esa es la mejor manera y la más plena.
¡Sea Alabado Jesucristo!
Padre Eddy de la Torre
Miembro de la Fraternidad Sacerdotal del
“Santo Sacrificio y María, Madre y Reina de la Unidad”