Carta de Navidad

Carta de Navidad

Quito, diciembre de 2018.

Amados hermanos de la Obra de la Unidad:

Quiero hacerles llegar a cada uno de ustedes un cálido saludo, lleno de amor fraterno, en esta gozosa época del año. En el cual La Virgen está encinta y gozosa espera de la llegada del Salvador, del Mesías esperado. La alegría y la ilusión que tenemos en el corazón por este mes de gracia, donde el Señor nos llama a preparar intensamente el alma para recibirlo, debe traducirse en la apertura de espacios de reflexión profunda. De manera particular, este año hemos venido meditando el Servicio, como un signo visible del amor y de la entrega verdaderos, teniendo como fin y meta al mismo Jesús, quien, siendo Dios, no vino para ser servido, sino para servir (Mt 20.27-28).

Si queremos que nuestro corazón sea el pesebre donde nazca el Niño Jesús, la Luz para el mundo (Jn 8.12), es necesario disponernos humildemente a ser servidores de los hombres, como lo fue nuestro Maestro, nuestro Dios Encarnado.

Quisiera comenzar por hacerme eco de las palabras que se dijeron al inicio de este año. El Servicio no es hacer cosas, actividades o cumplir con responsabilidades que muchas veces tienen incluso buena intención. El Servicio tiene que ver, sobre todo, con SER y no con HACER: ser entrega, ser ternura, ser servicio. Jesús no vino solo a servir, sino a SER Servicio. Entonces, solamente de esta manera podremos ser misioneros del Amor y la Unidad por donde vayamos, siendo otros “Cristos”. Y para serlo, tenemos que vivir la verdadera humildad, y humildad es mirarse ante los ojos de Dios tal cual Él nos ve desde su misericordia, con nuestras virtudes y miserias, y por ello reconocernos necesitados de Él, pero sintiéndonos verdaderos hijos Suyos.

Reitero que la humildad es verdad. Quien se conoce a sí mismo y sirve, no espera, se da. Y el que sirve y se conoce, ama, se ama y ama más allá de sí.

Nuestro Jesús, todo Dios, todo Amor, todo Rey, se hizo bebé y nació pobre y humilde en un ignoto pesebre en Belén. Es así que el Salvador del Mundo, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que al contrario, se despojó de Sí mismo tomando la condición de esclavo (Fil 2.6–7) y siendo el siervo más pequeño de todos, golpea la puerta del corazón, como mendigo, llamándonos a cada uno a entrar en ese sencillo lugar.

Pero la pregunta es: ¿nos queremos acercar a Aquel que ha tomado la iniciativa, mostrándonos en sí mismo como se ha de ser Servicio y Amor?

La unidad que alcanzamos con el Mesías esperado por todos los tiempos no solo está en las realidades etéreas o en lo alto con un Dios lejano, sino también en la vida nuestra de cada día, en nuestras luchas y dolores. Durante este año, cada uno de nosotros hemos tenido que enfrentar diferentes situaciones: alegrías, triunfos, reconciliaciones, momentos difíciles enfermedades, pruebas y dificultades.

¿Podemos, acaso, decir que Él no ha vivido también aquellas circunstancias que consideramos más humanas?

Sea ya en los momentos de ternura y gozo, como también en el frio del pesebre o en los días de interminable entrega a quienes lo buscaban, o en la renuncia al dejar a su dulce Madre, María; o en el dolor de la traición de sus amigos, o en la soledad de la Cruz, el Hijo del Hombre estaba para servir y ofrecerse como sacrificio permanente. Todo esto nos lleva a alcanzar la comunión con Él.

Pero ¿qué personaje deseamos ser esta Navidad? ¿Los posaderos que no los recibieron porque Jesús no cabía en sus lugares, pues estaban muy ocupados en sus quehaceres? ¿O seremos los sencillos y humildes pastores que con un corazón limpio reconocieron al Dios-escondido? A veces nos perdemos en el agitado movimiento diario y ¿cuánto de todo eso lo unimos al camino de Jesús y María?

No faltarán las veces en que lleguemos a pelearnos con nuestra propia circunstancia y a quejarnos porque las cosas no son como “necesitamos” o queremos, y nos podemos victimizar al punto de resentirnos. A menudo olvidamos lo verdaderamente importante por enfrascarnos en lo pasajero y terrenal. Todos, sin excepción, estamos llamados a vivir el Cielo por adelantado a través del Amor que se nos ha dado inocente y sencillo en el portal de Belén y que solo busca ser correspondido. Debemos, entonces, buscar ¿qué nos impide ser afables pastorcillos? ¿Dónde, en nuestra alma, somos ocupados posaderos?

Al ser el año del Servicio, el mismo Dios todo lo ha dispuesto para que le entreguemos nuestro corazón. El ensimismamiento, la pereza o la comodidad que no me han dejado moverme por quien nos ha necesitado, son consecuencia de aquello que reposa en el corazón y de lo cual aún no somos conscientes. Es justamente allí donde se guarda lo esencial, lo que verdaderamente somos: las vivencias, los vacíos, las carencias, las necesidades, las inconformidades, las inconsistencias, hasta las heridas, los sueños y las ilusiones. Y este Dios Amigo, que no se escandaliza ni se molesta con nuestra manera de ser, quiere entrar en él para preparar, enderezar y allanar los caminos en medida que cada uno sale para servir y dar la vida.

De esta manera quiero enviar mi saludo a cada uno de ustedes, mis queridos hermanos, deseando que el Tierno Niño Jesús sea recibido y nazca en sus hogares. Que esta Navidad no sea una más, sino que reflexionemos y, teniendo un conocimiento más profundo de nosotros mismos, descubriendo aquello que nos ha estorbado y que no nos ha permitido ver a Jesús en medio de cualquier circunstancia en este año, crezcamos en el amor verdadero.

Que María, Nuestra Madre y Reina, que desde el Cielo nos mira y, si le permitimos, en nuestros corazones permanece y nos encamina de su mano a experimentar a su Hijo bendito, nos ilumine con su tierna presencia esta Navidad. Que nuestros corazones, por su maternal Amor, se abran a la Gracia alcanzada por el Servicio realizado este año que culmina. Y así como María, seamos esclavos dispuestos a amar hasta dar la vida y a servir en todo momento, desde el lugar donde nos toque.

¡Feliz Navidad!

Con profundo amor fraterno les abrazo.

Juan Arturo Crespo V.
Presidente OMMRU
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