Quito, 18 de diciembre de 2020
Amados hermanos de la Obra del Amor y la Unidad:
Los saludo con amor y con la ilusión de este tiempo que vivimos, que nos llena el alma de alegría. Tiempo en que nuestro Padre Dios llena la Tierra de paz, de luz, de esperanza, de la ternura y, sobretodo, con la renovada promesa de salvación y amistad para sus hijos.
Vamos terminando el Adviento y empezamos a preparar nuestros corazones con la novena de Navidad, contemplando el camino de José y María con su Niño en su vientre, hacia Belén.
Al adentrarnos en el tiempo de la Sagrada Familia, podemos vivir con ellos las fuertes situaciones de la vida cotidiana, que, con sus exigencias y circunstancias, nos traen también muchos sentimientos y pensamientos. Podemos ver plasmado el egoísmo y la indolencia humana ante la evidente necesidad de estos santos Esposos, que llevaban al Salvador y que nadie podía si quiera imaginarlo, ya que el género humano esperaba que el Mesías llegara lleno de grandeza y pompa celestial. Pero estos dos benditos personajes, que viajaban con un pequeño burrito, pobres y sencillos, guardaban en su ser el secreto más tierno y hermoso: al anhelado Salvador.
El mundo desde entonces y hasta ahora no ha cambiado mucho. El ser humano de hoy busca, en su mayoría, llenar su interior y exterior de cosas vanas, con equivocadas necesidades, bienes suntuarios, poder económico, imagen cautivante, fama en el ámbito que sea, y cada vez más en las sociedades humanas se van dando manifestaciones que muestran un culto al “yo” indolente, defensivo, egoísta e indiferente a la realidad y necesidad del otro, en una búsqueda frenética de la autosatisfacción. Donde lo sencillo, lo humilde, lo silencioso, lo puro y tierno no tiene cabida, ya que, según la lógica humana, eso es muestra de debilidad.
En contraste total, es grandioso ver como San José y la Santísima Virgen María, nos han enseñado siempre el amor y la fidelidad a Dios por sobre todas las cosas, porque ellos vivían en el querer de Dios como algo propio. No había en ellos cuestionamientos, reclamos, mucho menos victimización, ante lo duro de la situación, o ante la incomprensión de los demás. En el momento en que estas dos Almas benditas sabían cual era la voluntad de Dios, la asumían y se abandonaban en las manos del Padre, pues sentían que no había otro camino fuera de Él.
Meditábamos el mes pasado sobre lo indispensables que son en nosotros las virtudes de la humildad y docilidad para permitirle a Dios que pueda realizar su plan en nosotros. Este tiempo me conmueve el silencio y la sencillez de José y María, pobres, sencillos, inocentes, plenamente confiados ante un Dios que se les manifiesta en todo, en lo grande y en lo pequeño.
Mensaje muy claro que nos muestra que para oírlo y verlo al Dios de la Vida, para contemplarlo con nuestro corazón, debemos cultivar el silencio interior y la sencillez de corazón, así como la plena confianza en el Amor de los amores, que no nos deja solos y a nuestra suerte nunca, y en todo nos da sus Gracias y bendiciones, aún en los más difíciles momentos y problemas de nuestra vida.
Como saben, nuestro Santo Padre Francisco declaró este año litúrgico que comenzó, el año de San José, y es hermoso todo lo que el Papa nos dice sobre él. San José, siendo un hombre como todos nosotros, nos muestra este camino de amor incondicional a Dios. La fidelidad de un alma humilde y dócil, que se dejó llevar, a pesar de que, humanamente hablando, podríamos ver como una locura la circunstancia en la que Dios lo puso.
Por esto, es tan importante reflexionar sobre la vida de San José y cómo nos enseña a descubrir en el silencio y la humildad, la grandeza de Dios. Un hombre que se hizo pequeño al lado de la Madre de Dios y a la vez era el custodio del Salvador.
“Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud.” Papa Francisco, Carta apostólica Patris Corde. 8 de diciembre 2020.
Esta frase de la carta del 8 de diciembre de nuestro Santo Padre sobre San José, lleva a pensar en cómo Dios hace su obra a través de corazones libres de sí mismos, a través de personas a quienes no les importe “perder” la vida por Dios. Hijos y amigos del Maestro que sin miedo, sepamos hacernos a un lado para que se vea la Gloria de Dios y no brillen nuestros pensamientos y propios criterios, ni la búsqueda de reconocimientos y aplausos humanos.
Acallar el alma de tanto “ruido”, de preocupaciones, de nuestros quereres, de nuestra lógica y conocimientos, de todo lo que hay, para que entonces el alma solo esté dispuesta a responder a Dios, sin importar lo que pida, o lo “imposible” que se vea el camino. San José, así nos muestra que no tenemos que brillar para ser protagonistas del plan de salvación, sino que basta un corazón amante de Dios, apasionado por vivir Su voluntad, y que sepa dar la vida por ese amor, en medio de los suyos y en la misión de cada uno.
Los invito, amados hermanos de la Obra de la Unidad, en nombre de Jesús, que por amor se hizo pequeño hasta nacer en un pobre pesebre, confiado en el amor de sus padres en la tierra, a que vivamos en silencio, humildad y confianza plena, todo aquello que el Señor permita en cada una de nuestras circunstancias diarias, para que sepamos responder a Dios humildes, sin mirarnos tanto a nosotros mismos. Para que sepamos recibir al Niño Dios a través de nuestros hermanos, de nuestras familias, de nuestra Obra. Pues ese pequeño Niño, puede estar necesitando de nuestra ternura y acogida, aún en quien menos lo pensamos.
¡Estemos atentos y con el corazón dispuesto! No sea que la Sagrada Familia, a través de cualquier persona en nuestra vida, pase pidiendo posada en nuestro corazón y no la recibamos, al estar muy ocupados y llenos de nosotros mismos, dándonos más importancia a nosotros que a los demás.
El Reino de Dios se dará en cada uno, a medida de que nuestra fuerza sea esa humilde y sencilla respuesta de amor verdadero de cada uno de los hijos de la Madre y Reina de la Unidad.
Recordemos seguir orando junto a María, todos los días, fieles y generosos, pues Dios cuenta con su Obra para sostener a la Santa Madre Iglesia y al género humano.
Con amor fraterno me despido, deseándoles una muy feliz y venturosa Navidad, y que el Niño Jesús nos traiga bendiciones y gracias abundantes para seguir fieles y perseverantes en el Camino de María, que es Amor y Unidad, en el nuevo año que se avecina.
Su hermano en el Señor y nuestra Madre y Reina de la Unidad.
Juan Arturo Crespo V.
Presidente OMMRU