Quito, 24 de diciembre de 2024
Mis amados hermanos de la Obra, reciban un cálido abrazo fraterno.
En este tiempo sagrado de Adviento, que se nos da para que preparemos nuestro corazón ante la llegada del Niño Jesús, les escribo con el corazón lleno de amor y esperanza.
Quiero invitarlos a reflexionar lo que el Señor quiere de nosotros ahora, cuando nos ha pedido, desde el inicio de este año que termina, que seamos fieles a su Corazón, que, por nosotros y la humanidad entera, vuelve a ser crucificado.
Este es un tiempo bendito en el que Dios nos invita a mirar en nuestro interior con sinceridad, y a que reflexionemos sobre el estado de nuestra alma, desde la luz de nuestra Espiritualidad del Amor y la Unidad.
Es bueno no quedarnos en ideas románticas o llenas de emociones, que solo nos llevarían a hacer simples propósitos, mismos que muchas veces se diluyen en los apuros cotidianos. El Amor nos pide un caminar más profundo y trascendente, nos pide que asumamos la decisión que cada uno tomó al inicio del año, de buscar la verdad y el amor que enseña nuestra Espiritualidad y, así, permitirle al Señor que moldee nuestras vidas desde dentro, buscando en nosotros verdadera fe, pureza y humildad, para lograr una entrega total en el amor, haciéndolo y reconociéndolo Dios y Señor de cada uno.
La Navidad está aquí, y el mejor regalo que podemos entregarle al Niño Dios, es el fruto maduro de nuestro caminar a lo largo de este año que termina y empezar el próximo con decisiones radicales.
El camino hacia la santidad en nuestra Espiritualidad es un proceso que requiere pasos concretos, motivados y guiados por el Amor y la ternura.
Reconocer quiénes somos y cómo nos han afectado las circunstancias de nuestra vida. No se trata de una pregunta que se responde una sola vez en la vida, sino que requiere una introspección constante y honesta de cara a Dios. Debemos reconocernos a profundidad, sin juzgarnos, pero si, parados en la verdad, identificar nuestros defectos, fragilidades, carencias, ataduras, apegos, dolores y faltas de perdón, aún hacia Dios. Todo esto, verlo con valentía y humildad.
La verdad, la cual nos libera, nos acerca más al Corazón del Señor y, muy bueno es que podamos abrazarla con amor y sencillez. En nuestra amada Obra tenemos la bendita Gracia de tener referentes claros y concretos que nos ayudan a conocerla en nosotros, y también tenemos nuestra comunidad de amor y oración, en la que los hermanos son como un espejo en el que se refleja cómo somos en nuestra relación fraterna con los demás.
El Señor, en su infinita sabiduría, no puede construir sobre una base frágil o irreal en nosotros. Si nos sobrevaloramos y no reconocemos nuestra fragilidad; si no descubrimos nuestras heridas y resentimientos; si no vemos en nosotros todo aquello que ha minado nuestro corazón, nuestra seguridad, inocencia y confianza, no podremos recibir las gracias que Dios nos ha prometido.
Identificar dónde nos duele y qué nos ata en lo más profundo, es muy importante. Hay circunstancias donde salen nuestras heridas de manera inconsciente. Nuestra actitud ante los demás, los juicios, la murmuración, son una puerta de entrada para el mal. La falta de transparencia, dejando en lo escondido lo que sentimos y pensamos realmente, no permite que ninguna relación fluya y menos, que nuestra alma sea libre.
Qué importante es que podamos entender que cada defensa y estructura es la muestra de que el alma ha sido marcada, y por amor por nosotros mismos debemos buscar luz y guía para restaurar nuestro ser. Es crucial que evitemos la trampa del ensimismamiento y la victimización, que tanto daño hacen a nuestra alma y a todas nuestras relaciones.
El Señor nos invita a levantar la cabeza, a mirar hacia Él y buscar su rostro en medio de las dificultades.
La persona orgullosa se encierra en sí misma y se resiste al cambio que el Señor quiere realizar. Debemos, por tanto, salir de esa posición egocéntrica y buscar en Dios la respuesta a lo que nos sucede.
Reconciliarnos con aquellos que nos han ofendido, siguiendo el ejemplo de Cristo, que aún en el punto culmen de la crueldad humana, de nuestros pecados, nos perdonó y oró al Padre por nosotros.
Perdonar a Dios porque las circunstancias no fueron como esperamos; porque no se nos concedió lo que le habíamos pedido con fe, a través de la oración, novenas y sacrificios. Perdonarlo porque permitió dolores o dificultades. Es esencial para unirnos a su Corazón, para tener una relación de confianza con Él, que verdaderamente tengamos la certeza de que Dios siempre es Bueno, y quiere contar con cada uno y nos forja, como padre amoroso y sabio, para seguir sus huellas.
La fidelidad al Corazón del Crucificado implica responder con entereza a los momentos dolorosos, tristes y difíciles que se nos presentan. A través de estos procesos, que el mismo Señor permite, somos llamados a una transformación real y verdadera, a tomar la decisión firme de cambiar y no volver atrás en nuestro camino.
El llamado a ser discípulos de Jesús implica, mis queridos, negarnos a nosotros mismos, cargar con nuestra cruz de cada día y seguirlo con amor y fidelidad. La verdadera pureza de corazón, la paz y el ser testigos del Señor en nuestra vida diaria, son las bienaventuranzas que nos conducen a la plenitud en Cristo.
Que este tiempo de gracia especial para cada uno de nosotros, sea un tiempo bendito para profundizar en nuestra fe, purificar nuestros corazones y prepararnos para recibir al Niño Dios, con un corazón renovado y dispuesto a seguirlo con fidelidad y fe inquebrantables en el año 2025.
Que nuestra Madre y Reina de la Unidad interceda por todos nosotros en este tiempo santo, y que San José, modelo de fidelidad, ternura y entrega, nos acompañe en nuestro caminar.
Con amor fraterno en el Maestro y nuestra Madre y Reina Santísima.
Juan Arturo Crespo V.
Presidente OMMRU

