Mayo, mes de Oración del Rosario en la Obra de la Unidad
Procuremos una profunda comunión y amor con nuestra Stma. Madre y Reina de la Unidad.
Amados hermanos de la Obra en todo el mundo:
Comenzamos el bendito mes de la Stma. Virgen María, nuestra Madre y Reina de la Unidad.
María, quien fue entregada como Madre de todos, en un acto de Misericordia divina por el Señor en el momento mismo de la Cruz, Ella nos espera y nos llama.
Contemplemos el camino del Cristo al Calvario. Durante ese trayecto busquemos el momento cuando María Santísima cruzó su tierna y dolorosa mirada con la de Jesús. Aquel “simple” acto debió haber ayudado al Maestro, al Redentor, a cargar la pesada cruz, debió haber significado para Él el refugio en los ojos y en el Corazón de su Madre que lo impulsaron a cumplir la voluntad de Dios; debió haber sido el bálsamo refrescante para sus heridas al sentir la presencia del alma fiel e inmaculada de María.
Hoy, en nuestra vida, no es ajena esa experiencia, porque la dulce Madre también nos mira y nos contempla cuando llevamos nuestra cruz personal, aquella que el Señor ha dispuesto para nuestra santificación. Siendo Ella la Reina del Cielo y de la tierra, no ha dejado, ni un solo instante, de acompañarnos e impulsarnos. Su poderosa y silenciosa intercesión nos conduce seguros en el camino hacia el Cielo.
Somos un pueblo verdaderamente bendecido por el amor misericordioso de Dios al darnos tan excelsa Madre. Alabo a Nuestro Señor Jesucristo porque desde la eternidad La escogió, antes de que estuviese en el vientre de Santa Ana, La tuvo en su Corazón para que fuese su Madre y nuestra Madre. Bendito sea Jesús en la Santísima Virgen María, porque Ella decidió amar por sobre todas las cosas a Dios, y, al hacerlo, amar lo que Él ama: a las almas.
Si el Señor Jesús, el Hijo del Hombre, dio su Vida por amor a la Raza humana, recuperando para nosotros la Alegría Eterna junto a Su Padre, la Madre Bendita intercede con su amor suplicante ante el Padre para que el plan de su Hijo Santísimo se lleve a cabo en cada uno de sus hijos y logremos alcanzarlo en la eternidad.
Ahora miremos nuestros propios corazones. Miremos en nuestra vida diaria los pequeños o grandes actos de amor, en los cuales no nos importó incomodarnos por quien amamos. Busquemos esos momentos de entrega incondicional por alguien: un hijo, los padres, el esposo o la esposa, un amigo…
Así como descendieron inmensas gracias sobre María al dar su “Sí”, su “Hágase” a la Voluntad de Dios, estemos ciertos que Dios nos transforma por cada uno de nuestros “sí” confiados y dados por amor.
En una sociedad en decadencia, solo el amor de Cristo, que nos ha amado primero, puede renovarnos, y puede tocar y rescatar los corazones de los demás. No de otra manera. No
con moralismos. No con fundamentalismos. Cito las palabras del SS el Papa Francisco: “los rígidos, no entienden lo que es la misericordia de Dios”.
Esto nos enseña a tener memoria espiritual, porque recuerda que somos débiles y frágiles. Jesús nos llama a sentirnos necesitados de Él: “no necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mc 2,17). Dios necesita de nuestra pequeñez para que, reconociendo esa necesidad, lo busquemos solo a Él. Y Dios, a quien nadie le gana en generosidad, abundará en su gracia para con nosotros en esta decisión de amar que tomemos.
No necesitamos ser perfectos para Dios. Dios nos ama y lo único que nos pide es reciprocidad en un amor inocente con un corazón donde solo Dios reine. No hay fórmulas para buscar esa comunión. La clave siempre será la misma: Amar.
Es por esta razón que el amor de María es un camino para nosotros, hijos de la Obra de la Unidad. Ella nos enseña a amar a Dios y a amar lo de Dios, como Ella lo hizo: con celo, con verdad, con decisión, con determinación y confiados plenamente en la Misericordia divina, que trasciende cualquier fragilidad o pequeñez humana.
Es tiempo de vivir un batallar constante con nuestras propias humanidades, pero sobretodo, un batallar en donde la decisión de dejarnos inundar por el amor, y así amar hasta el exceso, se haga realidad, para que la Voluntad de Dios sea lograda en cada uno y en este mundo que tanto necesita.
Es tiempo de que entreguemos nuestra vida, nuestras incomodidades en la Oración. Pues el Señor nos quiere como mendigos de su gracia y su luz para esta tierra, para nuestras familias, pues el demonio con su oscuridad y odio toca y contamina todo, y mucho ha llegado a confundir y a tocar también nuestras realidades, nuestros hogares. Y no podemos permitir que el orgullo que confunde haga a un lado al Amor.
Estamos creados para ser felices, para ser libres, porque Jesús nos ganó con su Sangre en la Cruz, y es tiempo de que demos la nuestra, amando y haciendo la Voluntad de Dios en lo que sea que nos pida.
Esa es la manera en que consolaremos a María y nos uniremos a Ella este mes, donde celebramos la maternidad. Oremos con toda la fuerza de nuestro corazón, como lo hizo y lo hace nuestra Madre. Renovemos nuestro amor en jornadas del rezo del Santo Rosario, en nuestra oración personal y también en las reuniones de comunidad.
Pidamos por la Iglesia, por nuestro Santo Padre, por nuestro nuevo Arzobispo de Quito, por el Ecuador, por los países en donde se encuentra la Obra y por nuestras familias.
De una manera muy especial pidamos para que María nos asista y sostenga, para que podamos responder con fe y confianza en lo que nos depare el año que vivimos.
Por eso, hermanos míos, los llamo en nombre de Nuestro Señor, que unidos al Corazón Inmaculado de nuestra Madre, María, seamos fuerza de oración este mes, seamos agentes de luz y paz en los corazones que nos necesitan. Seamos canales de gracia entre Cielo y la tierra.
Con esto me despido enviándoles un afectuoso y estrecho abrazo y con la certeza de que estaremos como un solo corazón, levantando nuestra plegaria al Cielo durante todo este mes.
Que Dios nos bendiga y María nos acompañe.