Quito, 5 de noviembre de 2020
Amados hermanos de la Obra de la Unidad
Reciban un afectuoso saludo y abrazo, con la certeza en mi corazón de que cada uno está siendo cuidado y bendecido por Dios, especialmente en este tiempo de cambios y adaptación a una forma nueva de vivir.
Empezamos a recorrer el mes de noviembre, mes que comienza dedicado a todos los santos, y mes en el que debemos prepararnos para una nueva venida de nuestro Jesús en la Navidad que se avecina.
En medio de la pandemia y la realidad de cada uno, el Señor nos ha llenado de Gracias y bendiciones, aunque en nuestra cotidianidad muchas veces no lo veamos. Estamos ante un mundo que se resquebraja, en una pérdida grave de valores y de amor por el hermano; en donde el ser humano parece cada vez es más esclavo de sí mismo, de sus autocomplacencias y de la búsqueda insaciable de llenar sus vacíos, vacíos que solo Dios podría llenar.
Nosotros, los hijos de la Obra de la Unidad, también podemos estar viviendo esas batallas contra nosotros mismos, pero ¿qué es aquello que en nosotros hace la diferencia? ¿qué es aquello que, más allá de nuestras humanidades, rebeldías, luchas, adversidades y circunstancias diarias, nos sella?: El ser hijos de la Madre y Reina de la Unidad, tener el sello en el alma de la Obra del Maestro Jesús del Amor y la Unidad. Todos los miembros, sin excepción.
En consecuencia, no solo recibimos la protección del cielo, sino también la guía, la formación y el cuidado de nuestras almas, que humildemente deben buscar y dejarse acrisolar y transformar por esta gracia Divina, que no es otra cosa que el Amor misericordioso de Dios para los suyos, un amor de predilección.
Sí. El escogimiento de Dios con los suyos, es una verdad innegable e intransferible para nosotros. Y es que hay una vocación que cada uno tiene, así como la tuvieron sus Apóstoles, discípulos y seguidores en los tiempos en que el Señor Jesús caminaba sobre esta tierra. Llamado personal de Dios, por el que dieron la vida y sobre su sangre y entrega, Dios construyó su Iglesia. La misma vocación que todos los santos, a través de la historia, han tenido.
Es un llamado al que debemos responder, pero no desde la obligatoriedad o el compromiso con Dios, peor por miedo, sino desde el amor incondicional, de la total y verdadera entrega a Dios en el hermano; amor que nos llene de celo, lealtad y aún, en medio de los propios errores, fidelidad y confianza, para hacer feliz al Amado: Dios
Nuestro Santo Padre el 1 de noviembre, en su reflexión del Evangelio, nos llena de esperanza y nos impulsa a caminar por las sendas de este amor que toda alma anhela, y que debemos llevarlo con decisión y esperanza al mundo entero:
“En esta solemne fiesta de Todos los Santos, la Iglesia nos invita a reflexionar sobre la gran esperanza, la gran esperanza que se funda en la Resurrección de Cristo: Cristo ha resucitado y también nosotros estaremos con Él. Los santos y los beatos son los testigos más autorizados de la esperanza cristiana, porque la han vivido plenamente en su existencia, entre alegrías y sufrimientos, poniendo en práctica las Bienaventuranzas que Jesús predicó y que hoy resuenan en la liturgia (cf. Mt 5,1-12a). Las Bienaventuranzas evangélicas son, en efecto, el camino de la santidad.”
“.. Queridos hermanos y hermanas, elegir la pureza, la mansedumbre y la misericordia; elegir confiarse al Señor en la pobreza de espíritu y en la aflicción; esforzarse por la justicia y la paz, todo esto significa ir a contracorriente de la mentalidad de este mundo, de la cultura de la posesión, de la diversión sin sentido, de la arrogancia hacia los más débiles. Los santos y los beatos han seguido este camino evangélico. La solemnidad de hoy, que celebra a Todos los Santos, nos recuerda la vocación personal y universal a la santidad, y nos propone los modelos seguros de este camino, que cada uno recorre de manera única, de manera irrepetible. Basta pensar en la inagotable variedad de dones e historias concretas que se dan entre los santos y las santas: no son iguales, cada uno tiene su personalidad y ha desarrollado su vida en la santidad según su propia personalidad y cada uno de nosotros puede hacerlo, ir por ese camino. Mansedumbre, mansedumbre por favor e iremos a la santidad.” Papa Francisco, 1 de noviembre 2020. Fiesta de todos los Santos.
Mis hermanos, nuestro Señor, a través del Santo Padre, nos muestra un camino claro, y, que está en nosotros querer recorrerlo o no, sabiendo que los magníficos frutos del amor son la unidad de nuestra alma y la dicha eterna con nuestro Dios.
Hacer sonreír a Dios y entregarle libremente nuestra alma para que sea transformada, y así, a través nuestro, otros lleguen a Él, es algo que nos debe conmover y mover a hacerlo. Debe darnos la esperanza y también la certeza de que amar es el camino seguro, aunque este a veces signifique dolores, renuncias, muerte a nuestro yo egoísta y autocomplaciente, que lo que hace es alejarnos de la verdad, la paz y de la luz.
Los santos fueron humildes y dóciles a la gracia que recibieron en sus vidas. Muchos de ellos, tal vez, recibieron menos que nosotros; pero sus corazones se dejaron enamorar por el Dios Amor, tierno, dulce y misericordioso que nos llena de su gloria, y, eso les bastaba para querer ser fieles sin importar lo que tuvieran que vivir. ¿Qué hacemos nosotros con la Gracia que recibimos a diario?
Como Obra, estamos siempre guiados por este Dios Amor que nos pide preparar el corazón para recibirlo, para conocerlo y vivirlo; preparar el corazón para ser hogar para Jesús y su Madre Bendita.
Él mismo, en su providencia amorosa, nos ha puesto referentes a nuestro lado, a través de los cuales Él se muestra y se da: tenemos el ejemplo claro, no solo en nuestros santos patronos de la Iglesia, sino, en medio de la Obra quien, respondiendo a su misión fielmente, por el amor a Dios cierto, probado y luminoso en el que vive, va por delante nuestro, porque tiene como actitud permanente de su alma dejarse transformar por el Señor, buscando ser y hacer siempre Su Voluntad. Dios, nuestro Señor, se da así, para que podamos experimentar, en nuestra realidad cotidiana, que el Reino del Padre se puede dar en nosotros, si así, de esta manera, vivimos.
Así como Jesús, por amor a su Padre y a nosotros, fue contra la corriente del mundo siendo luz y verdad, los suyos debemos vivir igual actitud del Maestro. Solo el amor a Él nos puede llenar de la valentía y la docilidad para configurarnos con nuestro Señor y, entonces, así podremos vencer a esta humanidad en nosotros y ser luz y verdad, en medio de donde estemos, cualquiera que sea nuestro lugar.
El tiempo es apremiante, estas son cosas que ya hemos escuchado, pero ¿nos preguntamos cómo amamos cada día, en cada circunstancia que viene, cualquiera que sea? ¿Realmente estamos dispuestos a ser la diferencia, aunque se nos “crucifique” por estar en contra de este mundo y de su pensamiento y de todas sus corrientes egocéntricas y que llevan al ser humano a su propia perdición?
Está llegando el tiempo donde las almas se develan tal y como son. Son tiempos donde se ve más claro quien busca y tiene a Dios, quien tiene amor en su corazón y quien no (Mt 25, 31-41). Ante esta realidad, y ante el llamado que tenemos, la decisión está en cada uno. Pero, sobre todo, es necesario pararnos humildemente en la verdad de quienes somos, sabernos necesitados, y, tener la consciencia de que solo el amor a Dios sobre todo y el amor que está para dar la vida por el prójimo, es nuestro motor para cualquier cambio.
Los animo entonces, mis hermanos queridos, a que este mes especialmente sigamos de la mano de nuestra Madre y Maestra, María, en su “Hágase”, para que pronto reine Dios en nosotros y en este mundo que tanto lo necesita, siendo fieles también a la Iglesia, unidos incondicionalmente al Santo Padre Francisco y su guía. No olvidemos cubrirlo con nuestras oraciones y entrega diarias y a la Iglesia, amenazada por la división y el mal.
Seamos celosos de lo que se nos ha concedido y está en nuestras manos como gracia, dentro de la Iglesia. No desperdiciemos la gracia diaria que Dios derrama para nuestras vidas, a través de su Violeta. Es tiempo ya de que redoblemos nuestra súplica a Dios pidiendo que venga a nosotros su Reino y que se haga su Voluntad en todos los hombres de buena voluntad. No desmayemos en nuestro caminar.
Que Dios y su Madre bendita nos sellen con la Sangre Preciosa del Señor Jesús, y nos haga fieles testigos de su hacer Misericordioso en nosotros, en medio de su Iglesia. Con amor fraterno me despido.
Juan Arturo Crespo V.
Presidente OMMRU