Octubre, mes de la alianza con María
Amados hermanos de la Obra de la Unidad.
Dicen que las mujeres cristianas de la época romana eran llevadas al martirio por los soldados y marchaban por el Coliseo vestidas con sus ropas más vistosas y con sus cabezas adornadas de coronas de rosas. Esto era símbolo de alegría y de la entrega de sus corazones al ir al encuentro con Dios. Por la noche, los cristianos recogían sus coronas y por cada rosa, recitaban una oración o un salmo por el eterno descanso del alma de las mártires.
Quise comenzar esta carta haciendo alusión a estos eventos que vivieron las primeras cristianas, porque llama la atención la profunda alegría de sus almas. Resulta curioso y bello pensar en la preparación del corazón, la profunda oración, el inmenso vencimiento al dolor y la muerte que tuvieron que pasar antes del martirio. Lo más importante para ellas no era el sufrimiento ni el dolor, sino la alegría de encontrarse con Dios. A pesar del estridente sonido del Coliseo que gritaba su muerte, sus corazones no se aturdían por esa bulla, sino que estaban llenas del silencio interior donde solo Dios habla, alimenta y alienta al alma para abandonarse en la voluntad divina. A veces perdemos de vista el fin último, ese ansiado encuentro, por pensar que nuestros problemas son más grandes que Dios.
Su martirio no comenzó al entrar al Coliseo para ser devoradas por los leones, sino mucho antes. En ellas había una disposición de pertenecer a Dios total y radicalmente, sin importar la circunstancia. Eso era testimonio vivo de la presencia de Dios en sus vidas. Estas santas mujeres, nos inspiran para buscar este silencio interior cada día. No debemos dejarnos llenar por el ruido que produce el mundo, las dificultades del día a día, las propias exigencias, la culpa, el dolor, el miedo o el “cumpli-miento”.
¿Cómo, entonces, alimentamos nuestra alma para vivir también esa entera disposición de los testigos de la Fe que dieron su vida por Cristo?
Al contrario de creer que el Santo Rosario sea una acumulación y repetición de palabras que “difícilmente (se reconcilian) con el silencio que se recomienda oportunamente para la meditación y la contemplación. En realidad, esta cadenciosa repetición del avemaría no turba el silencio interior, sino que lo requiere y lo alimenta. (…) El silencio aflora a través de las palabras y las frases, no como un vacío, sino como una presencia de sentido último que trasciende las palabras mismas y juntamente con ellas habla al corazón.” (Benedicto XVI, final del rezo del rosario en la Basílica de Santa María la Mayor – 3 de mayo de 2008)
El Santo Rosario es el camino que nos traza La Santísima Trinidad para conocer a Jesús, a través de los ojos de María, en cada uno de los aspectos de su vida que se nos revela en el Evangelio. Conociendo e imitando a Jesús, de esta manera sencilla, la Santísima Virgen adorna nuestra cabeza con las mismas resplandecientes flores de alegría de los mártires, flores que entregamos en cada acto de amor verdadero.
El Rosario es escuela de contemplación y de silencio, puesto que es el momento de intimidad y de confianza, de lucha y desahogo, de amor y unidad. Es ese espacio, donde nos abandonamos en las tiernas manos de María, quien nos deposita en el Corazón del Padre. Allí se fragua la relación tierna con María. Ella se hace uno con nosotros para vivir cada momento en comunión. Así como Nuestra Señora vivió, sufrió y se alegró con Jesús en cada etapa de su vida, también lo vive todo con nosotros, pues somos sus hijos. El Santo Rosario es la alianza de amor con la Reina. Cada Avemaría convertido en una rosa, depositamos también nuestro corazón. Es el pacto donde entregamos nuestro ser y recibimos el compromiso de la delicada compañía y continua ayuda maternal.
Es por eso que no es una oración que simplemente apila palabras, sino que es un diálogo que porta frutos de amor verdadero. Es un amor que inunda y transforma, llamándonos a ser apóstoles del rosario. Recordemos que “apóstol” es aquel que lleva el mensaje con su vida, hasta la muerte. San Pablo nos presenta las características de un apóstol: “paciencia perfecta en los sufrimientos, signos, prodigios y milagros” (2 Cor 12.12). Y para esto, es necesario experimentar personalmente la belleza y profundidad de esta oración, sencilla y accesible a todos. Debemos valorar y ser plenamente conscientes que en nuestras manos tenemos un verdadero tesoro y el arma contra el mal. Sin embargo, no debemos perder de vista tampoco, cómo mencioné antes, la tierna, dulce e incondicional presencia de la Madre del Cielo en medio nuestro.
La Obra está llamada, y más en este tiempo, a vivir junto a María el día a día, en la realidad de cada uno. Esa es la manera de ser verdaderos testigos del Señor, afrontando cualquier situación de la manera en que nuestra Madre Bendita lo hizo cada día de su vida. Los hijos de la Obra debemos tener esa actitud, así como los primeros cristianos que supieron ser verdaderos mártires.
No pensemos que eran mártires porque tenían enemigos que los perseguían por ser cristianos. Así mismo, tampoco nosotros nos convertimos en mártires por tener problemas o enemigos o circunstancias difíciles. No, el verdadero mártir es quien da testimonio de Dios en todo momento, así le cueste su vida. Ellos amaban a Jesús más que a sus propias vidas y lo imitaban dándolo todo, siendo felices y gozosos incluso en la muerte porque hay una experiencia real de amor con un Dios Amigo. Es una forma de vida.
Mientras más pasa el tiempo, diferenciamos con mayor claridad el bien del mal. (cf. Mateo 25.31-34) Pero no solo debemos identificarlo en las cosas que pasan en el mundo, sino también en nosotros mismos. Debemos tener conciencia clara de aquello que nos aleja de Dios, aquello que es impuro en cada uno, aquello que es pecado en nuestras vidas, y radicalmente dejarlo.
Si somos apóstoles misioneros del rosario, somos enviados, con María, a llevar luz donde hay oscuridad, verdad donde hay confusión, amor donde hay vacío y resentimientos, alegría y paz en medio de cualquier tormenta. Si no vivimos como el Señor nos pide, no lo podremos hacer. Si no confiamos en que en esta Obra, nuestra Madre está para asistirnos en todas nuestras fragilidades y pecados, serán simples esfuerzos humanos. Si no creemos que somos escogidos para ser portadores de misericordia siendo rescatados igualmente para luego ir a darla, Jesús no puede actuar.
Debemos humildemente asumir nuestra misión y ser fieles en la lucha por alcanzar la pureza y amar a Dios por sobre todas las cosas.
Este mes, las gracias se derraman, y la Santísima Virgen las pone en nuestras manos como flores que entregamos una a una en cada acto de amor. Y por cada acto de amor verdadero, muchas de nuestras imperfecciones serán borradas y corregidas.
Este mes la invitación es a ser santos hijos de María y ser testimonio de su pureza, su amor misericordioso y maternal por todas las almas. Uniendo nuestra cruz diaria a la de nuestro Maestro Jesús, y dando una rosa en cada lucha, muerte y entrega. Llevando un verdadero rosario vivo en nosotros, además de hacer cadena diaria de oración del rezo del santo rosario, cómo lo hemos hecho en otros meses. Tomemos en cuenta la recomendación especial que nos pide el Santo Padre para este mes: a rezar la oración a San Miguel Arcángel y el “Sub tuum Præsidium” (“Bajo tu amparo nos acogemos”) a la Madre de Dios.
Unidos en un solo corazón como hijos de la Madre y Reina de la Unidad, haremos durante todo el mes cadena del rezo del Santo Rosario. La Obra no puede parar de orar. Las principales intenciones serán: La Paz y la Fe en el país y para que no pasen las leyes de muerte y la despenalización del Aborto.
Hermanos, Jesús nos salvó gratuitamente en la cruz, nos hizo partícipes del plan de salvación con el Bautizo, es por eso que debemos dar a conocer al mundo las maravillas que este Dios amor ha hecho en nosotros. Disfrutemos este hermoso privilegio de ser suyos y vivamos felices y enteramente comprometidos con el Amor de la manera que nos corresponde.
Los abrazo fuertemente, y en nombre del Maestro Jesús del Amor y la Unidad y de nuestra Madre y Reina de la Unidad. Les pido que mantengamos la guardia en alto, pues la batalla no cesa, interior ni exteriormente. Seamos un solo corazón y bajo el mismo Espíritu, llenemos el Cielo y a María de rosas.
Me despido con amor fraternal,
Juan Arturo Crespo V.
Presidente OMMRU