APRENDER A MORIR CADA DÍA
Una de las enseñanzas básicas de Jesús y que nos muestran una característica básica del amor, es ese llamado del Amor a «dar la vida”.
«Como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero» (Romanos 8,36).
San Pablo entendió este «martirio”, este «morir» como algo de cada día…
Y mientras más muramos a nosotros mismos más vida tendremos, pues nuestra fe nos dice que no existe una resurrección si no hubo una muerte previa y que «si el grano no cae en tierra y muere no da fruto».
Y este morir implica un riesgo, porque la muerte siempre implica un salto hacia algo desconocido. Ese caminar «como ovejas al matadero» que menciona San Pablo, es porque cuando una persona ama puede saber cuál es el inicio del camino, pero nunca dónde termina, y no sabemos hacia dónde nos conducirá el amor, como dice el poema: «Nunca te creas capacitado para dirigir el curso del amor, porque el amor si te considera digno de sí, dirigirá tu curso»
Y así como nuestra propia muerte no podremos saber en qué consiste verdaderamente hasta que nos hayamos muerto, y por eso se la ha simbolizado con un túnel que nadie sabe lo que hay al final, pero tiene la característica de conducirnos a una luz, así también será la muerte diaria cuando está muerte está movida por el amor.
“El amor se siembra con ilusión, pero se riega con sacrificio y se cosecha con dolor…”
Y como en el amor lo importante es hacer feliz al amado, pero una cosa es saber algo en el entendimiento, pero para llegar al punto de aplicarlo debemos vencer nuestra naturaleza egoísta y ensimismada que siempre estará jalando para nuestro propio beneficio, hacia nuestra propia supervivencia como instinto, cuidándonos de aquello que pueda causarnos dolor o que signifique sacrificio.
Está comprobado que en un accidente de tránsito el chofer siempre hace el primer movimiento para salvarse a sí mismo, sin importar que su ser más querido se encuentre en la ventana en donde se impacte el carro, porque nuestra naturaleza busca cuidarse, protegerse, nuestro instinto es ese.
Lo cual quiere decir que no es instinto nuestro el dar la vida al otro, no es parte de nuestro lógico razonamiento aquel mandato de «También nosotros debemos dar la vida por los hermanos » (1 Juan 3,16).
Por ello lo único que puede formar en nosotros el hábito de dar la vida es la muerte constante; lo único que hace que podamos domar ese caballo indomable de nuestro amor propio, egoísta, es esa muerte constante en actos pequeños y cotidianos; y así se va acostumbrando al alma a morir, hasta que un día, si Dios nos pidiera la vida, podríamos llegar a dar la vida misma pues hemos sido fieles en lo poco de cada día y estamos listos para ser fieles en lo mucho.
Y aunque sea una muerte cotidiana la que Dios nos pide y que no deja de costar, al mismo tiempo no dejará de haber gozo porque el amor siempre implica gozo y paz, y Dios no quiere que muramos por un ideal solamente o por una ideología, sino que nuestra causa es el amor mismo, ese amor que nos hace felices.
Padre Milton Danilo Paredes
Superior de la Fraternidad Sacerdotal del
“Santo Sacrificio y María, Madre y Reina de la Unidad”
Preguntémonos:
- ¿He logrado concebir el «morir» a mi yo como parte del amor o por el contrario mi amor está lleno de pensamientos de placer y autocomplacencia?