AUTENTICIDAD
Trasparencia, diafanidad, libertad de ser y mostrarme quién soy sin miedo pues soy consciente de que soy amado incondicionalmente.
Una de las cosas que más le agrada al Señor es la autenticidad, con nosotros mismos y con los demás.
Se ha convertido en algo tan necesario hablar de la autenticidad como parte esencial de la formación personal de nuestra alma, en contraposición a la sociedad que nos ha inculcado que es mejor ser hipócrita, pues la autenticidad se sale de lo que es «políticamente correcto» y la persona auténtica es más bien considerada anormal.
Parecería que la mentira es parte necesaria de la formación profesional para lograr alcanzar las metas más altas, que uno no puede ser del todo veraz en una entrevista de trabajo o en un examen de colegio o de universidad o en las relaciones interpersonales, y que es mejor tener siempre un poco de «viveza criolla» para triunfar.
Tanto que el Santo Padre Francisco ha llegado a hablar con dureza de las consecuencias de la falta de autenticidad, refiriéndose especialmente a la formación de los seminaristas: Invitó, por ello, a evitar a todo costo la hipocresía y recordó que “la formación es una obra artesanal, no policíaca. Tenemos que formar el corazón. De otro modo formamos pequeños monstruos”.
Valdría que esta reflexión no la miremos únicamente como parte de la formación para futuros sacerdotes, sino que la asumamos como propia, pues las carencias de los seminaristas de este tiempo reflejan las de la sociedad en la cual ellos fueron formados y las de las familias de las cuales ellos son hijos.
En medio de este tiempo se nos propone «ser nosotros mismos», ser transparentes, decir lo que siente nuestro corazón y aprender a ser veraces, aunque a veces implique romper con nuestra naturaleza superficial que quiere acomodarse a este mundo, también alejarnos de la tentación de mostrar otra cara a la gente para que me tengan compasión, o me hacerme la víctima para que no me corrijan.
Ser auténticos tiene como trasfondo creer en el amor del otro y de Dios. Este trabajo «artesanal» del cual habla el Santo Padre Francisco, consiste en sembrar en el corazón del otro la certeza de que el amor no está en juego por nuestros errores, equivocaciones y tonterías que podamos cometer.
Mucho nos servirá para fomentar la autenticidad, el que no tratemos a nuestros seres queridos como quienes deben hacer méritos para ser amados, así ellos aprenderán a mostrarse frente a nosotros tal como son y no desde una apariencia de bondad cuando hacen algo «correcto» y ocultándose cuando sea algo malo lo que hicieron.
Padre Milton Danilo Paredes
Superior de la Fraternidad Sacerdotal del
“Santo Sacrificio y María, Madre y Reina de la Unidad”
Preguntémonos:
- ¿Mi manera de ser facilita que la gente que me rodea sea auténtica conmigo?
- ¿Que debería cambiar para ser auténtico con los demás?