Hoy, 25 de enero, estamos meditando el Evangelio de Mateo 15, 21-28
Me parecía hermosa esta palabra y no quería dejar de expresarles lo que yo siento. Acerca del llamado de Dios para nosotros, en este Evangelio.
Este Evangelio, que habla de aquella mujer que se acercó a Jesús gritando. Jesús le dice: “no está bien dar a los perros la comida de los hijos”.
Esta mujer le insiste que también los perros pueden comer de las migajas que caen de la mesa de los amos. Para mi, hay algunos puntos importantes que reflexionar en este Evangelio y por eso quería realmente compartirles mi sentir.
El primero es cuando uno ve la actitud de esta mujer. Esta mujer no se acerca de una forma simple a Jesús. Dice el evangelio que ella se acerca gritando. Lo cual para nosotros también nos habla de cuando una persona realmente quiere algo.
Ella podía tener supongamos, la expresión de simplemente pedirle a Jesús. Pero ella no se acercaba a Jesús hablándole. Se acercaba gritando. Lo que habla también de esta forma que no es únicamente la oración.
El Santo Padre a veces ha hablado de lo que es el orar con fuerza. O sea, el orar con coraje -dice él- que no es lo mismo de la simple oración que uno puede decir: “Señor, capaz que sí quieres ayudarme. Escúchame lo que te digo”.
Es como que en nuestra misma oración hubiera tantas dudas que nosotros no llegamos a tener esta valentía de pedirle al Señor algo, con verdadero valor.
Desde la expresión que dice el Evangelio -físicamente hablando- esta mujer gritaba. No es que se acercó a Jesús únicamente Si no que gritaba.
Otra cosa que me llama mucho la atención es, la expresión de los discípulos.
Por un momento se parecen los discípulos a los fariseos. Porque empiezan a decirle a Jesús: “Señor, aunque sea para que esta persona se calle, se calme y se vaya: escúchala”.
¿A qué me refiero con que por un momento se parecen a los fariseos?.
Porque los fariseos eran personas que creían que ya tenían a Dios y que ya conocían a Dios. De hecho, cuando aparece Jesús a hablarles de un mundo interior que implica el cambio de corazón; a los fariseos les parece exagerado, les parece raro.
A muchas personas dentro de la iglesia y también dentro de la obra a veces viene alguien nuevo que ama a Dios. Que quiere entregarse. Que quiere saber más. Y de pronto, aquellos que estamos dedicados a ser sacerdotes o a ser catequistas o a ser ministros de la Palabra de Dios o que nos creemos que ya tenemos un camino; de pronto, las personas que vienen con vehemencia nos parecen exageradas. Nos parece que algo en ellas estuviera mal porque nosotros, que -entre comillas- “somos gente sensata, nosotros no somos tan exageraditos como ellos”.
Nosotros no gritamos pidiéndole a Jesús. Porque eso tampoco es de gente -entre comillas- “normal”.
¿Cuantas veces nosotros estamos ya en un camino de acomodamiento que ya no responde siquiera a la verdadera fe ni al verdadero amor?.
Por eso, es que Jesús cuando tiene un diálogo con ella; el Señor conociendo el corazón de ella no es que le cierra la puerta -como se pensaría en principio- sino que el Señor le da la oportunidad de que ella diga una frase que habla de su fe.
El Señor conoce los corazones y el Señor sabe que corazón puede recibir una palabra de fe.
El Señor le dice una palabra que suena muy fuerte.
Yo creo que la mayoría de nosotros -en los respetos humanos- si Jesús, -que digamos así- cuando estuvo en Nazareth se veía como un hombre cualquiera y a lo mejor esta persona creía que era un profeta importante pero no llegaba a dimensionar que Él era el Hijo de Dios; si uno de estos profetas nos dijera: “sabes que yo no puedo hacer un milagro para ti porque yo no he venido para los perros”. Cualquiera de nosotros, en ese momento, se iría de la iglesia, dejaría de creer en Dios.
Pero el Señor sabía que ella tenía fe, se mostraba necesitada.
Eso es algo de lo que mucho nos ha hablado el Santo Padre y mucho se nos habla también en nuestra espiritualidad. Nosotros tenemos miedo de parecer necesitados y por eso el Señor no puede darnos nada más; no puede exigirnos más tampoco.
Yo me pregunto: ¿Cuántos de nosotros realmente sentimos -por ejemplo el día de hoy- que es el día de la conversión de San Pablo?. ¿Cuántos de nosotros tenemos un anhelo ferviente de convertirnos?.
Penosamente no deberíamos estar en una etapa de conversión. Pero muchos de nosotros todavía vivimos hasta en la simple pereza que nos impide salir hacia los hermanos con actos verdaderos de amor.
¿Cuanta sed tendremos nosotros que a veces pensamos que el sentirnos bien es señal de que estamos bien?. Hasta el punto de que siendo como los discípulos, que eran discípulos de Jesús pero que llegaban a tener expresiones farisaicas que no llegaban a darse cuenta; creyendo que la loca, la que está mal, es esta mujer que grita, que dialoga con Jesús.
Pero no es un simple dialogo. Ella dialoga hasta arrancarle un milagro. Ella, que es la mujer de fe, en principio es tratada como esta persona que no encaja verdaderamente en este grupo de los discípulos, pero ella es la que verdaderamente les enseña a los discípulos a tener fe.
Hoy, desde el día de la conversión de San Pablo; valdría que nos examinemos y que le pidamos al Señor si es necesario a gritos o clamándole, como dice la Palabra de Dios, la gracia de esta sed de Dios.
Que Dios quiera que no nos permita que nos volvamos gente católica acomodada. Que el Señor nos bendiga y nos acompañe y que el apóstol San Pablo hoy también, nos permita vivir verdaderamente el Evangelio de Jesús que es mucho más que la simple fe. Sino, que es el acto de amor de llegar a dar la vida por demás.
Les envío la bendición
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Con profundo amor,
Padre Milton Danilo Paredes
Superior de la Fraternidad Sacerdotal del
“Santo Sacrificio y María, Madre y Reina de la Unidad”