Jueves Santo: La Última Cena del Señor

Jueves Santo: La Última Cena del Señor

Queridos hermanos,

Hoy como les decía al inicio, es particular porque estamos en una situación demás conocida. Creo que ninguno de nosotros se hubiera imaginado vivir una Semana Santa como la que estamos viviendo hoy. Y un Triduo Pascual como el que estamos viviendo y vamos a vivir estos días. Pero también es un momento especial para que, en nuestras casas, nuestros hogares, en este extrañar también; que yo sé, que muchos tendrán el corazón anhelante de estar también en la Iglesia y celebrar la Eucaristía, para también valorar lo que hoy celebramos.

Tres acontecimientos grandes que debemos recordar, que debemos tener en la memoria y sobre todo en el corazón. Porque en cada Eucaristía, en cada Misa se celebra y vivimos esta cena. Esta cena en la que el Señor nos dejó gracias enormes. La principal y la más grande, es la Suya misma: la de Su Cuerpo y Su Sangre en el pan y en el vino, consagrados.

Él mismo se queda con nosotros. Él mismo cumple su promesa que va a estar con nosotros hasta el fin del mundo. Él sabiendo de nuestra debilidad incluso física, se queda como comida, se queda entre nosotros. Y para eso instituyó un sacramento que lo hace justamente por ese amor y porque quiere y quiso quedarse entre nosotros que es: el orden sacerdotal. El ministerio sacerdotal, ministerio ordenado del que tanto el Padre Milton como yo, el Papa y todos los sacerdotes participamos de este sacerdocio ministerial de Cristo.

Cristo es el único y eterno sacerdote del cual todos participamos y por bendición y por gracia Suya nos ha llamado para que esta gracia que es su Eucaristía, para que Su Cuerpo y Su Sangre estén en medio nuestro. Y no son méritos nuestros. Si no, un amor particular del Señor a nosotros pero que está en función de ustedes. De todos sus hijos. Porque la Eucaristía es un don de salvación. La Eucaristía es ese don que el mismo Señor está presente, vivo y real. No es un símbolo, no es algo que represente algo que yo no soy. En cada Eucaristía, en cada Sagrario está Cristo vivo y real. Y hoy, aunque sea a la distancia estaremos participando nuevamente de este sacrificio. De esta institución. De este Jesús que se vuelve comida para nosotros.

Este es un misterio tan grande que manos humanas hagan lo que solo le corresponde a Dios. Porque, ¿Quién puede transformarse en pan y vino sino sólo Dios?, y Él utiliza manos humanas, a veces manos pecadoras.

Así es el amor de Dios.

Por eso, el ministerio sacerdotal, cada uno de nosotros está llamado al servicio. Está llamado a ser como Cristo, a pesar de nuestra pequeñez, de nuestra debilidad, para que realmente podamos ofrecer a Cristo, a cada uno de ustedes.

De verdad se siente diferente esta distancia. No es lo mismo hablarle a un lente; que hablarle al pueblo, que hablarle a la gente, que verlos a los ojos y uno en confianza y en el amor sabe que está hablando con ustedes, con cada uno. Sabe que el Señor quiere llegar a sus corazones y hoy más que nunca debemos imitarle al Señor.

Pensemos en la última vez que lo pudimos comulgar. Tal vez fue justo el domingo que iniciaba la cuarentena. A lo mejor en alguna Iglesia todavía en Quito pudieron comulgar. O fue antes. O algunos estaban esperando justamente comulgar en este Triduo Pascual.

Que ese deseo mis hermanos no les llene de pena, no les llene de frustración, no los llene de tristeza. Más bien agradezcan que el Señor se sigue entregando. Y un día, esperemos que sea pronto, volveremos a comulgarlo. Pero que sea con un corazón verdaderamente transformado, que valoremos cada Eucaristía que el Señor nos regala en el futuro, que valoremos cada momento que Él se nos entrega en Su Cuerpo, en Su Sangre, en Su Alma.

Hoy creo que se cumple más que nunca esta frase que es trillada pero que en estos momentos puede ser muy real para muchas cosas: “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.

¿Cuántas veces nos hemos acostumbrado a la misa, a comulgar, a confesarnos por costumbre, pero, a caer en los mismos pecados?

Hoy el Señor no es que nos quiere castigar por esto que pasa en el mundo. Él lo aprovecha. Pero no es que el Señor quiso que pase. El Señor no es el que pone a los gobiernos a vivir la cuarentena, a nosotros mismos a tomar conciencia, a respetar. Pero se aprovecha. Y en estos tiempos mis hermanos valoremos lo que es la Eucaristía en nuestras vidas y aunque sea a distancia, aunque sólo la veamos a veces en las adoraciones cuando venera un sacerdote o en alguna misa que veamos, también pensemos que es Cristo mismo.

Hoy hablando de la Eucaristía pasó algo hermoso. Espero que muchos hayan podido escuchar ese helicóptero que pasó con el Señor Sacramentado. A varios cientos de metros de altura, el Señor pasó bendiciendo: Quito, Ibarra, Riobamba y toda la sierra norte. En Guayaquil se hizo lo propio.

El Señor está presente y a nosotros a quienes nos ha dado el don del ministerio sacerdotal nos llama a que lo hagamos presente, porque lo importante era el Señor. El Señor Eucaristía. Nosotros somos portadores del Señor. Si ustedes se fijan por eso es el paño de hombros y por eso es la capa pluvial. Cuando nos ponemos en la adoración, para llevarlo al Señor, el sacerdote desaparece. Solo se ve la Custodia con el Señor, adornada para el Rey de Reyes.

Por eso, hoy es grande lo que celebramos. Enorme. Y después de eso, el Señor nos deja el legado que también es esencial para subir al Cielo, para llegar al Reino de los Cielos, para llegar al reino del Padre que es el mandamiento del amor: el mandamiento de la caridad. Este signo de lavar los pies que hoy penosamente no lo tendremos pero que cada Jueves Santo se hace recordando que estamos para servir, que estamos para lavarle al hermano, que estamos para ver en el amor tal vez lo más sucio que tenga; pero aun así amarlo, limpiarlo si está en nuestro corazón. Con nuestro amor podemos limpiar lo que está enturbiado en nuestro hermano. Lo que esté sucio. Lo que el servicio que por amor hagamos, puede tocar el corazón de muchos.

Recientemente, justo hoy, vimos una película de San Felipe Neri y como él muchos santos tocan a corazones duros. A corazones llenos de odio, llenos de resentimiento y que con el amor los fueron cambiando. Con el amor de Cristo los limpiaron, con ese amor que se entrega les dieron el camino. Les mostraron a Cristo.

Hoy tenemos que hacer lo mismo.

Si bien estamos lejos; el mandamiento del amor, del servicio, el de estar para el hermano lo podemos hacer donde estemos, con el que está a lado nuestro hoy. Y los que tal vez están solos, también lo pueden hacer: orando, pidiendo, acompañándose mutuamente.

Hoy podemos hacer fructificar este misterio del amor con los propios, con los cercanos, con los que a veces más nos cuesta. Porque muchas veces nuestras faltas de amor no son con el extraño, no son con el que está lejos. Son justamente con el que está a lado mío. Cuando creyéndonos dueños maltratamos, insultamos, no valoramos lo que el otro hace, cuando no tenemos palabras de ternura, cuando no acogemos los corazones.

Hoy es el tiempo donde más podemos vivir este mandamiento. El Señor nos ha preparado incluso un poco a la fuerza con esta cuarentena para que vivamos intensamente esto. Porque nos quiere el Señor amando y sirviendo. También Él se pone al servicio, porque el Señor es el primer servidor. El que primero nos ha servido. El Señor se hizo esclavo nuestro. Justamente decía eso el Santo Padre, que para llegar al Reino de los Cielos debemos aceptar que el Señor nos sirva, que el Señor sea siervo nuestro. Es algo difícil porque el Señor es Rey, el Señor es nuestro Dios. ¿Cómo vamos a dejar que nos sirva? Pero nos está sirviendo, nos ha servido.

Yo me imagino en esos castillos medievales. En esos reinados medievales cuando el rey o algún noble tenía que probar alguna comida les hacían probar a los esclavos, a los siervos, a ver si es que se podía comer. Si el siervo moría, la comida estaba envenenada; pero al siervo se lo despachaba como cualquier cosa.

El Señor cuando se sube a la cruz da esa vida por nosotros. Muere por nosotros como un siervo y eso también debemos verlo. Él cuando nos perdona los pecados, Él se reconcilia con nosotros. Cuando en la cruz nos da a su madre, no nos deja huérfanos, ni de madre, ni de padre. El Señor tanto nos dio en su servicio, en su entrega, de ser siervo como lo fue también su madre. Ese es el camino mis hermanos. Porque también hablando del ministerio sacerdotal, lo primero que somos: somos diáconos, que eso nunca se nos va. Y diácono significa: servicio, servicio en el amor, servicio al hermano. Ese servicio que está para ver al otro como ver a Cristo, ver al Señor, ver a aquél que me amó y servirlo en el amor.

Hoy también veamos el rostro de Cristo en nuestra casa. Hoy, esta noche evidentemente no va a haber las tradiciones de visitar las siete iglesias o la adoración presencial al Santísimo. Si encuentran un canal o un sitio donde lo estén adorando, velando, ¡Bendito sea Dios! Pero hoy, yo les invito a que hagan vigilia con el Señor.

Hoy empieza la pasión del Señor. Entremos en el misterio. Esta noche yo les invito a que mediten, que oren, que no se distraigan.

Yo creo que por la cuarentena y todo siempre estamos buscando en el internet, en las redes, buscando noticias; y yo sé que no hay muy buenas por ahora. Pero yo les invito que, desde hoy, nos metamos en el misterio del amor de Cristo. Porque para entender la cruz, hay que entender el amor. El amor escandaloso, el amor infinito, el amor que solo Dios nos puede dar.

La cruz sin el amor no se entiende. La cruz sin la entrega del Señor no se entiende. La cruz sin el ejemplo que nos dio Jesús no puede entenderse.

Si mañana vamos a adorar la cruz acordémonos que es el puro amor de Dios que nos redimió, que nos salvó y que quiere que seamos diferentes. Mucha gente habla de que después de esta cuarentena el mundo debe salir diferente. Pero la realidad es que, de esta Cuaresma, de este Triduo Pascual, por la gracia del Señor que tan abundantemente se nos ha dado y se nos sigue dando, no podemos ser los mismos. Las circunstancias temporales, mis hermanos, nos ayuden a ver lo profundo, un cambio profundo que el Señor quiere para que Su Reino venga. Para que vivamos de verdad en el reino del Señor, en el reino del Padre. En el reino donde la paz, la justicia, la solidaridad, donde el amor sea lo principal. El amor verdadero, el amor a Cristo.

María Santísima que también acompañó a su hijo en la pasión y en la cruz, nos enseñe cómo acoger este amor. Cómo recibirlo y cómo entregar nuestras vidas como ella le entregó al Señor.

Sea alabado Jesucristo, por siempre sea alabado.

Padre Eddy de la Torre
Miembro de la Fraternidad Sacerdotal del
“Santo Sacrificio y María, Madre y Reina de la Unidad”

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