Viernes Santo: Adoración de la Santa Cruz

Viernes Santo: Adoración de la Santa Cruz

Queridos hermanos,

Ha sido importante entender en este día, primero la realidad que vivimos como una realidad que a muchos nos cuesta creer. La misma distancia, el mismo hecho de estas ceremonias no tenerlas así en esta cercanía, por ejemplo, en el día de hoy, no poder acercarse a besar el crucifijo. Son realidades que nos deben llevar a pensar, cuánto para cada uno de nosotros se convierte en oportunidades para valorar más aquello que nos fue dado por Gracia.

También para mí como sacerdote, me hace pensar mucho en lo que significa la Gracia de tener cerca a cada una de las personas que en sus dolores y en sus vidas hubieran querido -tener también- contar con la cercanía de un sacerdote. Especialmente, eso hace que las celebraciones sean mucho más emotivas, creo yo, mucho más afectivas, porque la intención es llegar al corazón de cada uno y llegar al corazón de Dios. En este tiempo no sirven tanto las oraciones como antes las hacíamos, ahora hay que poner el corazón, porque además estamos pidiendo por una circunstancia que nos toca a todos.

En el Evangelio de hoy el Señor nos pide y nos habla particularmente de este tiempo de crucifixión, de dolor, de negación. Yo recuerdo todavía, una frase importante sobre la santidad, sobre el encontrarse con un camino verdadero en Dios, recuerdo una frase que decía San Alfonso María de Ligorio sobre la santidad, sobre estar cerca de Dios. Mucha gente se pregunta ¿cómo vivir la santidad? o ¿cómo acercarse a Dios? Y este Santo decía que la santidad no tiene que ver con el dolor.

Hay personas que piensan que la santidad, el estar más cerca de Dios tiene que ver con el dolerse más, con el vivir más dolor, con el vivir más sufrimiento. De hecho, llama la atención como en días como el Viernes Santo, por ejemplo, la afluencia de gente suele ser muy grande, mucho mayor que cualquier otro día, incluso que otros días de festividad. Y llama la atención porque a veces, por ejemplo, aquí en Quito existen procesiones, existen vía crucis y van muchas personas. Y cuando llega el momento de hablar de la Resurrección, por ejemplo, suele haber muchas veces casi la mitad de gente, el momento en el cual se habla de la Resurrección de Cristo. Y es como que la gente identificara el sufrimiento y el dolor con la santidad.

Muchas veces vemos a alguien que está sufriendo algo y decimos: “fíjate esta persona cómo debe estar cerca de Dios”. Ahora mismo, a veces nosotros podemos tener la percepción equivocada de que alguien está sufriendo mucho, y que porque está sufriendo mucho está más cerca de Dios. Y la verdad es que este Santo decía que: “no es el dolor el que nos acerca a Dios, ni a la santidad” decía que: “lo que hace que uno se aproxime de Dios ¡es el amor!.

Amar a Jesús cuando predica, amar a Jesús cuando corrige, amar a Jesús cuando es misericordioso, amar a Jesús cuando se pone en una posición de Padre amoroso, cuando se habla de un Jesús que incluso puede corregir fuertemente a los fariseos, de un Jesús que lava los pies. Pero no es en el momento de la cruz, en el momento en el cual Jesús esté cumpliendo verdaderamente su misión, la cruz es únicamente una consecuencia de este amor de Cristo, porque Jesús en ¡todo lo que hacía amaba, en todo lo que hacía daba la vida! No es que, en el momento de la Crucifixión Jesús da la vida. No es que, es el momento más importante en el cual Él está dando la vida. La Crucifixión es la consecuencia de un Dios que vino a amarnos.

Por eso, es que cuando uno piensa en Jesús, uno tiene que pensar que la meta más grande que tenía Jesús era amarnos. Algunos teólogos incluso han hablado de eso, han dicho que precisamente contradiciendo aquello que muchas veces nosotros repetimos sin entender muy claramente, ¡Jesús no vino a morir por nosotros, Jesús vino a amarnos!

Pero ¿qué hace un padre o una madre por amor? A veces tiene que hacer cosas que nunca pensó que haría. A veces vemos en estos tiempos, por ejemplo, y a mí me ha conmovido mucho saber de gente que no tiene recursos y que a pesar de que hay prohibiciones por temas de salud, y a veces son cosas graves, graves riesgos corren, pues se lanzan a salir a trabajar a pesar de que corren un grave riesgo de ser infectados y de morir. Probablemente no es la realidad de todos, probablemente muchos de nosotros tenemos asegurado de alguna manera algo de comer. Pero quienes se arriesgan y salen a hacer compras, salen a trabajar, a pesar de que hay un riesgo grave ¿por qué arriesgan su vida, si no es por amor?

Y no hablamos en este momento de la gente que a veces juzgamos como imprudentes, sino mucha gente que de verdad necesita salir a trabajar y ¡se arriesga! Se mete en lugares complicados y difíciles, solamente porque necesita sostener a su familia ¿Cuántas veces podemos calificar eso? Y quién en principio cree que Jesús vino a morir por nosotros pues diría: “este Dios está loco, no existe una justificación para que Él muera”.

A veces pensamos que la propuesta de Jesús es hacernos gente que sufre, pero en realidad, la propuesta que nos viene hacer Jesús es ¡la propuesta del amor! ¿Qué es lo que Jesús nos propone? El amor como camino. Por eso es que a veces se ve a Jesús haciendo cosas que parecen locas. Cuando uno ve, por ejemplo, a Jesús expuesto de tantas formas en días como éstos, expuesto al sufrimiento, expuesto al dolor, expuesto al insulto, es porque Él se propuso amarnos con todo el alma, con todo el ser, con toda la verdad.

Decía un filósofo, Séneca, algunos siglos antes de que nazca Jesús que: “si existiera una persona que todo el tiempo amara, que todo el tiempo sería honesto, que todo el tiempo dijera la verdad, que esa persona moriría y probablemente moriría por crucifixión”. Un filósofo griego, que ni siquiera era judío, ni siquiera sabía las profecías de los judíos, él decía que: “si una persona tuviera todas estas características, sería rechazada por la humanidad”. Entonces, se ponen a pensar que Jesús vino a enseñarnos, por ejemplo, el valor de la verdad, a decir siempre la verdad, aunque nos causara un dolor muy grande.

Yo a veces confieso que hay cosas que, como sacerdote, a veces, a uno le dan inquietud y a veces hasta miedo. Me ha pasado en ciertas circunstancias, por ejemplo, que viene una persona que dice estar poseída por el demonio, y quieren que les imponga las manos, y en esa imposición de manos uno tiene miedo también de esas cosas, pero ¿por qué uno se mete a veces a rezar sobre alguien que dice estar poseído por el demonio? ¡Por amor! Ahí, es que uno entiende en pequeñas, en cortísimas palabras, lo que puede hacer un Dios grande, lo que puede hacer un Dios que tiene un amor infinito, al punto de que verdaderamente este amor infinito de Dios puede llevarnos a entender que Jesús fue capaz de meterse en todas las áreas humanas y que eso le condujo a la cruz.

Pensamos también en este día, en que el mayor sufrimiento que tuvo que soportar Jesús como tal, no fue el sufrimiento físico de la crucifixión, el mayor sufrimiento es la desolación, de la soledad y de la traición. Particularmente hay un momento donde Jesús llega a sentir profundamente un dolor que no es únicamente un dolor físico, es un dolor espiritual, el dolor de la traición, el dolor de la soledad. Porque si uno se pone a pensar ¿por qué Jesús llega experimentar el dolor de la soledad? ¿Por qué hay un momento donde Jesús llega a decir: Padre, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Precisamente, porque hay tanto que padece Jesús en el día de hoy, en el Viernes Santo, que incluso como ser humano, la capacidad humana llegó a su límite, llegó al extremo.

Recuerdo que alguna vez una persona, una señora me decía que alguna vez tuvo un día con muchas peleas con su esposo, que ese día su esposo le dijo tantas cosas feas, le dijo tal cantidad de barbaridades, le dijo tantas cosas contra la dignidad de ella, que al caer la noche ella llegó a sentirse desolada, llegó a sentir una profunda soledad en el corazón. Y esto me impactaba mucho porque se trataba de una persona equilibrada, se trataba de una persona que tenía mucha seguridad en sí misma, una persona que sabía que Dios le acompañaba. Y que sin embargo llegó un momento donde llegó a sentirse profundamente sola.

Me hizo pensar el Evangelio de hoy, me hizo pensar en el poder que tiene la palabra. La palabra tiene poder. Nosotros escuchamos algunas veces que aquello que decimos puede tener un poder de tocar el corazón del otro. Uno se pone a pensar, el Evangelio dice que: Jesús estuvo expuesto a mucha gente que en ese día le decía las cosas más feas, le escupían los peores insultos, le decían ¿no es que tú eras Dios? ¿No que tú podías destruir el templo y construirlo en tres días? Tú que has sanado a tantos ¿por qué no curas, no te curas a ti mismo? ¿Tú que has salvado tantos por qué no te salvas a ti mismo? Y tantas palabras recibió Jesús, tantas ofensas -porque el Evangelio no dice todo lo que verdaderamente, todo lo que está escrito no refleja verdaderamente toda la circunstancia que sucedió – fueron un día y medio completo de insultos, al punto de que llega un momento de que Jesús de tantas palabras que recibe, Jesús llega a sentirse profundamente solo. Se siente solo por los actos de los suyos, pero también se siente solo porque las palabras tocan el alma.

Yo me he puesto a pensar en esta circunstancia que les comento, de ver gente que a veces después de un tiempo de escuchar cosas fuertes sobre sí mismos, llegan a sentirse solos. Tanto que yo mismo he tenido que aprender a calibrar muchas veces las palabras que yo digo, porque puede ser que a veces nosotros digamos verdades, y en las verdades nosotros insistamos en el defecto del otro, en aquello que al otro le hace daño o insistamos en recordarle cosas que verdaderamente pueden hundirle. Se ponen a pensar que Jesús, siendo Hijo de Dios, sabiendo que aquello que le decían que era mentira, llegó a sentir el peso de las palabras.

Qué tanto nosotros, ¿cómo utilizamos nosotros las palabras? ¿Cómo utilizamos nosotros las palabras hacia los demás? ¿Cómo utilizamos las palabras que nos decimos a nosotros mismos? ¿Cómo somos con nosotros mismos? Cuando a veces en el silencio de nuestro cuarto o en la soledad de la oración llegamos a utilizar contra nosotros palabras tan fuertes que nos dejan hundidos, a veces cosas que tergiversamos o simplemente por el hecho de tanto recordarnos palabras, frases, circunstancias que nos han ofendido y que a lo mejor ya no sean verdad. Pero las palabras tienen poder.

Nosotros mismos podemos haber sido personas que hemos utilizado palabras contra Dios, nosotros también podemos ser de aquellos que utilizamos y nos paramos al pie de la Cruz para decir a Jesús: ¿pero tú, no que eras Dios tú? A veces nosotros hemos hecho oraciones pidiéndole por la salud de alguien, y esa persona no se cura y decimos a Dios le decimos: ¿no que tú eras Dios? ¿No que tú eras omnipotente? ¿No que tú eras milagroso? Cuántas personas se pararon a los pies de la Cruz para decirle al Señor, incluso después de haber recibido milagros de Él, se pararon a decirle los peores insultos y las peores ofensas. A pesar de que ellos mismos habían recibido milagros.

Uno se pone a pensar, qué injustos podemos ser los seres humanos que podemos recibir muchos favores una persona, pero cuando esa persona nos dice que ¡no! se convierte en nuestro peor enemigo. Cuántas veces uno puede ver gente y nosotros mismos podemos haber vivido la realidad de que tenemos un Dios que nos ha dado la vida, nos ha dado nuestros padres, nos ha dado hermanos, nos ha dado familias, nos ha dado hijos, nos ha dado qué comer, nos ha dado qué vestirnos, nos ha dado trabajo. A veces, no tenemos todo lo que quisiéramos, pero por lo menos podemos llevarnos un pedazo de pan cada día a la boca, y, aun así, aquello que sentimos que es malo en nuestra vida la culpamos a Dios.

Todavía recuerdo una persona que después de la muerte de su padre, levantando la mano hacia el cielo decía: “yo me encargaré de acabar contigo” le decía a Dios. Y recuerdo todavía esa frase que me pareció muy fuerte en ese momento, pero me he puesto a pensar cuántas veces nosotros levantamos la mano contra Dios simplemente porque no tenemos a quién echarle la culpa.

A veces puede ser cosas bien simples, pero como no encontramos un culpable, así como se dice que me puedo judío que existía un chivo expiatorio, y existe en psicología algo que se llama “el fenómeno de chivo expiatorio”. Que es que en toda familia y en todo pueblo, en toda nación, en toda religión, normalmente la gente que no ha madurado, que no ha caminado verdaderamente en la fe, encuentra a un culpable, busca un culpable de la circunstancia que vive. Nosotros muchas veces somos muy inteligentes y muy lógicos, y pareciera que fuéramos así de pensantes, para decir que Dios fue el culpable de que se muera alguien o que Dios es el culpable de que no tenga trabajo o que Dios es el culpable de que tal persona se haya ido de mi vida.

En estos tiempos podemos levantar la mano contra Dios y decir: ¿Dónde está Dios en medio de tanto dolor? ¿Dónde está Dios en medio de tanta maldad? Cuando Dios hace mucho tiempo le dio al hombre el poder de gobernar la tierra, ¿y qué ha hecho el ser humano con el poder que le ha dado Dios de gobernar la naturaleza? Cuando hace tanto tiempo Dios, dio al ser humano los mandamientos, dijo: “no matarás” ¿qué hemos hecho nosotros para cumplir los mandamientos de Dios? y después nos quejamos de que hay mucha violencia o que a lo mejor alguien cercano a nosotros ha muerto ¡pero no es culpa de Dios!

Jesús no vino a quitar el dolor al ser humano, el mismo Jesús es víctima del resentimiento, es víctima de la violencia, el mismo Jesús es víctima de la deshonestidad. ¡Pongámonos a pensar! cuántos de nosotros hemos protestado contra Dios, solamente porque no teníamos a quien echar la culpa. Y en un día como hoy Jesús nos dice que: “Él carga sobre sí, los insultos de toda la humanidad”. En un día como hoy Jesús nos dice también: “¡Perdóname!” porque nosotros, tenemos que perdonar a Dios de muchas cosas de las cuales nosotros le hemos hecho culpable. Pero Jesús no vino a resolver el dolor. Si uno quiere seguir a Jesús, uno tiene que saber que Jesús no va a quitar el dolor, ¡Jesús vino a darle un sentido al dolor!

Jesús vino a acompañar a la gente que sufre, si alguno de ustedes se siente solo, tiene que saber que Jesús sabe lo que es la soledad y si alguno siente que ha sido traicionado, debe entender que Jesús entiende lo que es la traición, si alguno de ustedes o yo, sentimos lo que es la distancia, lo que es la injusticia, tenemos que entender que Jesús sabe y entiende lo que es la injusticia. Jesús ha venido a darle sentido al dolor, porque Él ha venido a decirnos: ¡Yo estoy contigo!

Por eso es un momento especial hoy, para perdonar a Dios de aquello de lo cual Le hemos hecho culpable, dice la Palabra de Dios: ¿Pueblo mío qué te he hecho?, ¿En qué te ofendido?, ¡respóndeme! y es la frase de Jesús en días como hoy: ¿Que te he hecho a ti? ¿En qué te ofendido? ¿Por qué te has alejado? ¿Por qué me has hecho culpable de lo que no tienes? ¿Por qué me haces sentir a mí responsable de tu infelicidad?

Y el Señor nos invita a tomar la cruz con Él, no nos dice que carguemos la cruz solos, nos invita a tomar la cruz con Él, por eso hoy también nosotros decidamos acompañarlo al Señor, no seamos parte de ese gran grupo, que a veces es la mayoría de la humanidad, que insulta a Jesús, que se burla de Él, que le dice: ¿Dónde estás Dios?, que le dice: ¿Y dónde están los milagros que ofreciste? Que le dice, ¿y dónde está el trabajo si yo te he rezado? Que le dice ¿y por qué no sanas a esta persona si yo ya te pedido?

No seamos parte de los que crucifican al Señor, creamos sobre todo que es un Dios de bondad; todavía recuerdo cuando mi padre se enfermó con un cáncer terminal, todavía recuerdo que fue un dolor muy grande y después darme cuenta que si él no hubiera tenido cáncer, muchas cosas no hubieran pasado en la vida de mi familia, tuve muchos diálogos con él, que no hubiera tenido con él si él no se hubiera enfermado de cáncer, tuve muchas cosas que pudimos decirnos, el perdón que pudimos darnos el uno al otro, las palabras que nunca se dijeron, se pudieron decir; aquella ternura y aquel amor que no se podía compartir, se tuvo que compartir, porque cuando alguien enfermo está en tu casa o en tu realidad, tú te conviertes en otra persona y esa persona se convierte en otra persona también para ti.

Pues ¿Qué sería de nosotros? y a veces no nos damos cuenta que a pesar de que alguien cercano está enfermo, Dios siempre es bueno, que esa es la mejor manera, que esa es la manera menos dolorosa muchas veces y que a pesar de que nosotros muchas veces regresemos a ver a Dios fastidiados pensando que de Él es la culpa y no tenemos capacidad para mirarnos a nosotros mismos, Dios siempre es bueno, Dios no es paternalista, Dios es papá, Dios es padre, Dios no nos va a dar haciendo las cosas, que tenemos que hacer nosotros, Dios siempre nos va a pedir que seamos mejores, por eso Dios dice: “El que no toma la cruz y me sigue, no es discípulo mío”. Por eso es que Dios nos permite también vivir las pruebas, pero aun así tenemos que creer y entender que Dios siempre es bueno.

Hoy día tenemos exponiéndose ante nosotros la Cruz de Cristo, diciéndonos: que Él no va a solucionar nuestro dolor, pero que Él nos ama como nadie nos ha amado y Él nos entiende como nadie nos entiende, por eso a quienes estemos dispuestos a aceptar ese amor, el día de hoy se nos da una grande oportunidad: la Adoración de la Cruz, háganlo con todo el corazón en sus casas, háganlo con todo el amor, acuérdense que no significa lo mismo estar presente, que querer tocar al Señor en un acto concreto, nuestros actos sinceros tocan el corazón de Dios.

Yo les invitó a los que están en sus casas viendo esta transmisión a que sí tienen un crucificó lo tengan frente a ustedes en este momento y que repitan con fe, este acto de Adoración a la Santa Cruz donde Jesús nos redimió.

Padre Milton Danilo Paredes
Superior de la Fraternidad Sacerdotal del
“Santo Sacrificio y María, Madre y Reina de la Unidad”

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